Director: Chris Columbus. Guión: Nicholas Kazan. Intérpretes: Robin Williams, Embeth Davidtz, Sam Neill, Wendy Crewson, Oliver Platt, Kiersten Warren. 125 min. Jóvenes.
Año 2004. Una familia adquiere un robot con idea de que les ayude en las tareas domésticas. A medida que sirve en su hogar, Andrew que así es bautizado el robot comienza a desarrollar una sensibilidad que no parece normal en una máquina. Es capaz de hacer pequeñas esculturas, y tiene lo que podría llamarse afecto por los distintos miembros de la familia a la que sirve, sobre todo por Pequeña Miss. Esto le hace sentirse confuso, y a medida que pasan los años se le plantean cuestiones como la libertad y la muerte.
Esta adaptación bastante libre de dos relatos de Isaac Asimov, es una buena muestra de que Chris Columbus es incapaz de insuflar un poco de vida a un relato dramático con un par de ideas de peso. Ya le ocurrió en Quédate a mi lado, y El hombre bicentenario confirma su condición de director blando; es lógico que Columbus se plantee retos, pero parece claro que su terreno es la comedia (Solo en casa, Sra. Doubtfire, Nueve meses). La historia que cuenta está deslavazada, y, o no se crean conflictos, o se olvidan con las misma rapidez con que surgen. No existe esa magia que poseen los relatos de ciencia ficción; las teclas sobre la deshumanización de la sociedad y la posible inteligencia de las máquinas, apenas son tocadas. Y las famosas tres leyes de la robótica se quedan en nada. Aunque no se exijan grandes discursos filosóficos, resulta pueril que se presente más o menos como algo incuestionable que un robot es casi una persona. Lo mejor del film son los magníficos efectos de maquillaje del robot, el esfuerzo de Robin Williams por parecer un autómata y la partitura, estupenda, de Jamer Horner.
José María Aresté