Todos se preguntaban qué pasaría con la saga Bourne después de la salida de su protagonista, ese actor tan capaz llamado Matt Damon. Pero es de justicia advertir que Damon es uno de los tres sumandos que hicieron posible el éxito y la calidad de Bourne 2 y 3.
El otro es un director muy hábil, el británico Paul Greengrass. Una vez que ambos han decidido dedicarse a otras películas y dejar la saga, ha quedado solo el tercero de los sumandos mencionados: el guionista Tony Gilroy, que ha adaptado las novelas de Robert Ludlum. Gilroy se ha hecho cargo de la dirección manteniendo al equipo técnico que hizo las películas anteriores.
Y el resultado es digno pero peor que las entregas precedentes. A la película le cuesta mucho arrancar, llegando a lograr que el espectador se remueva en la butaca y se pregunte: “¿dónde está mi Bourne?”. Hay unos tremendos problemas de ritmo y el metraje es excesivo.
Los populares Jeremy Renner (En tierra hostil) y Rachel Weisz están bien, tienen una fotogenia poderosa; pero sus personajes resultan pobres si los comparas con los carismáticos de Matt Damon, Franka Potente, Julia Stiles y Joan Allen. Y el malo no da la talla: un fallo grave cuando se ha elegido a un actor con tanto aplomo como Edward Norton.