El director vasco-francés Miguel Courtois utiliza un guión bastante pobre del dramaturgo sevillano Antonio Onetti para contar la historia de Mikel Lejarza, alias «Lobo», un agente de los servicios secretos españoles que se infiltró en la organización terrorista ETA. Su actividad entre 1973 y 1975 propició la detención de más de un centenar de terroristas. La película sigue las peripecias que llevan a un pequeño contratista de obras hasta la cúpula de ETA y su participación en la infraestructura de varios comandos.
El tema tenía interés, pero la película, producida por Melchor Miralles, antes periodista en el diario «El Mundo», termina siendo un batiburrillo de situaciones deslavazadas que casi nunca permiten acercarse a las motivaciones y los conflictos de unos personajes mal construidos, cosa que no ocurría en «El viaje de Arián» (ver servicio 70/01) y «Yoyes» (ver servicio 49/00), anteriores películas españolas sobre asuntos similares.
La decidida opción por la teoría de la conspiración y el interés por cerrar una película entretenida (hay una ridícula y larga secuencia de sexo) elimina casi todos los matices deseables en un retrato demasiado superficial. La galería de personajes se resiente por la falta de enjundia de un guión por el que pululan -rivalizando en ridiculez- dirigentes franquistas, militares, policías, sacerdotes y terroristas.
A Eduardo Noriega («Tesis») le viene muy grande el personaje de «Lobo». Coronado es un actor más solvente, pero su personaje (el jefe de los servicios secretos) está mal construido. Sí están muy bien Patrick Bruel y Jorge Sanz como dirigentes etarras. Rodada de manera muy convencional, «El Lobo» es una película de escaso fuste.
Alberto Fijo