El Ogro

TÍTULO ORIGINAL Der Unhold

GÉNEROS

Director: Volker Schlöndorff. Guión: Jean-Claude Carrière y Volker Schlöndorff. Intérpretes: John Malkovich, Armin Mueller-Stahl, Volker Spengler, Gottfried John. 111 min.

Volker Schlöndorff ha sido siempre un autor exigente -Muerte de un viajante, Voyager-, pero también ha obtenido clamorosos premios y la consiguiente aceptación popular en alguna de sus doce películas, como El joven Törless o El tambor de hojalata. El ogro -Premio de Unicef en el Festival de Venecia 1996- no es una película exigente, pero sí requiere una cierta actitud receptiva, de sencillez, de tranquilidad anímica para ir recreando interiormente el mundo, casi de cuento, que se despliega, pausado, denso, envolvente.

Abel ha sido un niño solitario -huérfano- y, ahora mayor, trabaja como mecánico en un barrio extremo de París. Solo, escaso de luces, amigo de los niños, que también le quieren. Es acusado injustamente del intento de violación de una niña, de cuya pena se libra a cambio de enrolarse en el ejército. Llega la II Guerra Mundial, y cae preso de los alemanes. En su constante sencillez, Abel goza limpiamente de la vida en cualquier lugar en que esté: la naturaleza, los animales… Por encima de los odios y los intereses políticos, sigue amando a los niños, tanto los formados por el nazismo como los perseguidos judíos. Y también los hombres de uno y otro bando confían en su sencillez y candor, valor que supera y aúna, como en un oasis de paz fuera del mundo, y en el mundo.

Es como un cuento para mayores, trágico, cruel, como es la guerra y el odio, y al mismo tiempo poético, es decir, espiritual. Eleva el alma sobre el acontecimiento histórico, sobre la destrucción y la muerte. Transmite fe en el hombre. Como en tantos cuentos, los paisajes son fabulosos, y fábulas parecen muchas anécdotas que hacen crecer la trama. Casi no vale la pena llamar la atención sobre la perfección del equipo técnico, la ambientación, la fotografía… Ni sobre la ajustada representación de todos los actores, pues parecería dar protagonismo a otra cosa, fuera de la historia, que nos alejaría de la verdad del cuento. Y en éste -aunque a algunos ánimos inquietos pueda parecerles sin interés-, la verdad que se vive es la de san Cristóbal, porteador de niños, salvador de niños que se salva en ellos.

Pedro Antonio Urbina

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