L’odeur de la papaye verteDirector: Tran Anh Hung. Intrépretes: Trân Nu Yên-Khê, Lu Man San, Truong Thi Lôc.
No deja de ser desalentador el hecho de que la crítica occidental pensara, tras ver esta película, que su director era mujer. No parece que la cosa esté en si masculino o si femenino, sino en saber ver y querer mirar, amando sin prisa lo mirado.
Tran Anh Hung es un poeta. En su película hay una continuada sucesión de imágenes -de palabras visuales-, que dicen y expresan la hermosura de las pequeñas cosas cotidianas. Es escasísima la palabra hablada, y en su discurso cinematográfico no hace falta.
Cabe pensar, ante películas como ésta, si ha sido un error no el cine sonoro sino tal exceso habitual de diálogo que sustituye, indebidamente, el otro diálogo entre las imágenes intencionadas.
Se trata de la mínima anécdota de una niña, Mùi (olor, perfume), que entra como criada en una familia vietnamita de clase media. En primer plano aparecen las tareas cotidianas de la casa -especialmente las comidas-, y entre veladuras y tonos medios, escuetos, se presenta la historia de la familia: sucesos dolorosos unos y alegres otros. En esta primera parte transcurren diez años. Mùi, ya mayor, inicia y acaba la segunda parte al tener que irse a servir a casa de un joven y rico músico; los dos solos, se inicia y acaba lo previsible, bien que con honorabilidad…, con pausada y silenciosa honorabilidad.
Uno de los logros del arte consiste en llamar la atención sobre lo cotidiano y vulgar, presentándolo en belleza. Es lo que hace y consigue Tran Anh Hung.
La cámara se mueve y va por todos lados, al adecuado ritmo que permite la asimilación; es la suya una mirada profunda. Y alegre: pocas veces es presentada la vida en sí misma, las cosas, su realidad, con tal vigor. Una omnipresente sensorialidad pura, una fuerte sexualidad limpia impregna la película; y, sin embargo, ni una sola imagen se acerca siquiera a lo estropeado, a lo corrupto, que en tantos films aparece con ruidosa superficialidad.
Tal vez sea esta espléndida película para la gran minoría; pero está escrita con auténtico lenguaje cinematográfico, es decir, con poesía de la imagen.
Pedro Antonio Urbina