Laura y su familia se trasladan al norte, al orfanato donde ella vivió, con la ilusión de convertirlo en residencia para niños discapacitados. La gran mansión y su entorno despiertan la imaginación de Simón, su hijo de siete años, que juega con un amigo invisible. Gradualmente sus inocentes juegos cobran un cariz inquietante. Una serie de acontecimientos obligarán a Laura a investigar el oscuro pasado de la casa que fue su hogar de niña, y a solicitar la ayuda de un equipo de parapsicólogos.
Bayona (Barcelona, 1975) logra una gran película de suspense producida por el mexicano Guillermo del Toro (El laberinto del fauno), en la que miedos infantiles y terrores adultos llevan al espectador a un mundo en el que es casi imposible distinguir qué es real y qué es producto de la imaginación de la protagonista.
El guión del también novel Sergio G. Sánchez no pretende ser original; se inspira, igual que Los otros y muchas películas más, en historias clásicas de fantasmas y de casas encantadas. Lo que logra es airear el género, darle actualidad y añadir una nota personal. Sin estridencias, echa mano de diversos personajes de la despensa del guionista y los coloca en el lugar adecuado de la historia: una trabajadora social, la policía, un psicólogo, una médium.
Los acontecimientos se suceden sin prisa pero con rapidez, de un momento de suspense a otro; alguno, como la sesión de la médium, impresionante. Belén Rueda se echa la historia sobre las espaldas y da un recital interpretativo, circulando a sus anchas por la delgada línea que separa la locura de la cordura.
Sólo hay una nota discordante, que la mayoría aceptará de buen grado, y es el aire sentimental que adopta el final del relato cuando Laura se enfrenta a los fantasmas de su pasado, y que no cuadra con la sequedad del tono mantenido hasta ese momento.
La producción, la fotografía y el montaje son notables y la película da en todo momento una sensación de brillantez y acabado, poco usuales en una ópera prima. La banda sonora, música y sonido, son adecuadas aunque quizás demasiado insistentes. Cabe señalar finalmente una personal -y adecuada- interpretación del cuento de Peter Pan, detalle que probablemente aporte Del Toro, cuyo laberinto recordaba o releía la historia de Alicia en el país de las maravillas.