Director: Stephen Gyllenhaal. Intérpretes: Jeremy Irons, Ethan Hawks, Sinead Cusack.
Detrás de esta película está la novela del mismo título de Graham Swift, aunque el guión lo firma Peter Prince. Al no conocer el libro, no sé de quién es el mérito de una tan compleja como eficaz estructura narrativa. Se juega con el tiempo y el espacio, trasladando a uno y otro a los personajes sin por ello oscurecer el hilo argumental, que va desvelando poco a poco el misterio de unas vidas, de unas acciones.
Un profesor de historia de Pittsburgh ve como se reduce el interés por sus clases. Para evitarlo, cuenta anécdotas de su turbia vida pasada, de su familia, enlazándolas con acontecimientos de la historia de Gran Bretaña. Sin advertirlo, va desahogando su propia conciencia del peso que la grava. De este modo, acaba escandalizando a sus jóvenes alumnos, y hasta olvida que debe explicar historia.
Esta necesidad de confesar las propias culpas va reconstruyendo como en rompecabezas la completa dignidad de la persona. Al mismo tiempo, muestra la gravedad de un comportamiento sexual irresponsable (relaciones prematrimoniales, aborto…) por sus consecuencias sociales, personales y familiares. En este sentido, hay situaciones muy duras, bastantes de contenido erótico.
No hay una lección moral como conclusión; los mismos hechos, marcando la vida de sus autores, son de por sí norma ejemplar. La vertiente ética y religiosa de la persona surge así también con honda naturalidad de y en los diversos comportamientos.
La película tiene una ambientación buscadamente fría y desapacible, como la historia que cuenta; la fotografía, unos tonos ocres y lejanos, mates, con una belleza melancólica. Los actores tienen en general breves cometidos, salvo el joven Ethan Hawks que, de algún modo, representa al espectador. Todos están bien, sobre todo Jeremy Irons, aunque quizá su aspecto físico es demasiado aristocrático para la clase de personaje que encarna.
Pedro Antonio Urbina