Ocho años después de su melodrama surrealista Les combattants, el francés Thomas Cailley coescribe y dirige esta extraña distopía en la que, no se sabe por qué, algunos seres humanos se van transformando poco a poco en animales. Mientras las autoridades ayudan como pueden a los monstruos que van surgiendo, el cocinero François (Romain Duris) intenta encontrar a su transformada esposa con la ayuda de su hijo Émile (Paul Kircher), de 16 años.
Cumplen todos los actores, especialmente Tom Mercier en su atormentada caracterización de hombre-pájaro. Y también salen airosos los técnicos de efectos digitales y de maquillaje en sus híbridas criaturas de pesadilla. Por su parte, Cailley saca partido al conflicto paternofilial y despliega a buen ritmo una atmósfera cada vez más angustiosa.
Pero al conjunto le falta hondura como metafórica defensa de la diversidad, la buena policía (Adèle Exarchopoulos) sale demasiado poco y el romance del chaval es muy convencional. De modo que el espectador se conmueve en contadas ocasiones, también porque, en su afán de mantener la intriga y huir de tremendismos, Cailley renuncia a cualquier trascendencia religiosa e incluso a cualquier reivindicación ecológica. O sea, que no hay nadie a quien echarle la culpa de esa misteriosa pandemia. Y si no hay culpable, no hay conflicto. Grave defecto en una película.
Jerónimo José Martín
@Jerojose2002