Dorian Gray es un joven ingenuo que llega a Londres dispuesto a hacerse cargo de la herencia que le ha dejado su tío. Su introducción a la vida social está guiada por lord Henry, un cínico. Se irá produciendo un maleamiento progresivo de Gray, que llega a vender su alma por mantener un aspecto eternamente joven. En cambio, su decadencia física, y sobre todo de costumbres, tendrá reflejo sólo en un cuadro con su retrato que oculta en el desván.
Oliver Parker parece especializado en adaptar a Oscar Wilde, pues ya antes acometió Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernesto. No eran memorables, pero sí dignas. En cambio, con El retrato de Dorian Gray cae en la trampa de “modernizar” el original, lo que significa, rebajar la carga de fábula y sobre todo, ser explícito visualmente al describir la degradación moral del protagonista, ya sea en lo sexual, o en los efectos especiales en torno al cuadro. Estos constituyen una parafernalia innecesaria, concesión que convierte algunos pasajes en algo parecido a una mala película de terror. También parece haber un error de casting con Ben Barnes (El príncipe Caspian), bastante inexpresivo, y en Colin Firth, cuyo personaje evoluciona de modo poco consistente.