El veterano director Barry Levinson exhibe su oficio y pulso narrativo a sus más de ochenta años. En esta ocasión lleva a la gran pantalla la historia real de un boxeador polaco judío que pasó varios meses en el campo de exterminio de Auschwitz, al final de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de Herzko Half (Ben Foster), conocido en Estados Unidos como Harry Half, y cuya biografía –en la que se basa el guion de Justine Juel Gillmer– fue escrita por su hijo Alan.
El presente de la película arranca en 1949, cuando Herzko ya está viviendo en Estados Unidos tratando de abrirse camino como boxeador. Pero lo que más le interesa es encontrar a su novia, a la que perdió la pista en los horrores de la guerra. Nuestro protagonista vive torturado por los recuerdos de Auschwitz, no tanto por lo que sufrió él, sino por las cosas que le obligaron a hacer. Por medio de flashbacks en blanco y negro se nos van sirviendo esos fantasmas del pasado de Herzko que determinan su presente.
El gran tema de la película es el perdón a uno mismo, sin el cual la vida nunca llega a florecer. El personaje deberá hacer ese camino si quiere que su vida y la de su familia no entre en un callejón sin salida. Para ello contará con la ayuda de su hermano y de la empleada de una oficina de judíos refugiados en Estados Unidos. Otra gran cuestión moral planteada es hasta dónde está uno dispuesto a llegar para salvar la vida.
Una puesta en escena vigorosa, sostenida con un gran reparto –sobre todo de secundarios– convierten el film en un drama notable, a caballo entre el cine de boxeo, película sobre el Holocausto e historia romántica. Excelentes diálogos e interpretaciones muy medidas dan hondura al relato. A pesar de la dureza de la historia, la cinta abre la puerta a la esperanza. Hay que advertir que algunas secuencias de boxeo son bastante brutales.
