Director y guionista: Anthony Minghella. Intérpretes: Matt Damon, Gwyneth Paltrow, Jude Law, Cate Blanchett, Philipe Seymour Hoffman. 139 min. Adultos.
Quien valore la literatura de Patricia Highsmith y espere de esta novela suya llevada al cine una recreación fiel, se sentirá doblemente defraudado; uno, porque en la película de Minghella no están ni el estilo ni el espíritu de Highsmith, y dos, porque tampoco están el argumento y los personajes de El talento de Mr. Ripley. Cabe añadir un tercer motivo de decepción: la película no es una superación de la obra imitada, con lanzamiento de esta al abismo del olvido, sino que Highsmith y su novela claman a gritos venganza por fraude, uso indebido de nombre y obra ajenos, desacato impertinente a la propiedad intelectual, etc., etc.; sobre todo si se tiene en cuenta que entre los cinco Oscars a los que opta la película se incluye el correspondiente al mejor guión adaptado.
Dickie Greenleaf es un joven norteamericano que gasta irresponsablemente en las playas de Italia, y junto a Marge Sherwood, el dinero de su millonario padre; por un casi increíble malentendido, este envía a Tom Ripley -la persona más inadecuada- a Italia para que convenza a su hijo Dickie y le haga volver a casa. A partir de ahí se urde entre estos tres jóvenes la complicada y criminal trama.
En cierto modo, el Ripley de la novela es el mismo joven millonario de Extraños en un tren -la primera novela de Highsmith-, figura que la escritora continúa en varias de sus novelas: una criatura sin conciencia, incapaz de remordimiento, tan encantadora y atractiva en lo externo como secretamente egoísta; un ser complejísimo del que el guión fílmico, y sobre todo el actor Matt Damon, han hecho un acartonado muñeco que, de cuando en cuando, muestra sus grandes dientes blancos. Sus crímenes, en la película, no despiertan terror, ni inquietud alguna la trama que su talento urde para evitar ser inculpado.
Mejor está como actor Jude Law, en su frívolo papel del bello Dickie Greenleaf, que le ha valido la candidatura al Oscar al mejor actor secundario. En la novela, este y Ripley -sexualmente ambiguos- se sienten atraídos el uno por el otro, y la feúcha y torpe Marge, siempre al lado de Greenleaf, es solo una pantalla para salvaguardar el honor masculino de este. En cambio, Minghella, al hacer de Greenleaf un don Juan, hasta cruel con las mujeres, desbarata la trama original del libro sin recomponerla en el guión; y si la feúcha y torpe Marge es, nada menos, que la guapa y elegante Gwyneth Paltrow, no se entiende por qué Greenleaf no le hace caso. No, no se entiende. Y, por cierto, el personaje interpretado por Cate Blanchett, inventado por Minghella, tampoco se entiende.
Por casualidad, tal vez, permanece un personaje secundario acorde con la novela: Freddie Miles, perfectamente interpretado por Philip Seymour Hoffman, nuevo y grandísimo actor, según mi apreciación (véanse Happiness y Magnolia, por ejemplo).
Así que El talento de Mr. Ripley queda reducido a una reproducción de la Italia de los 40, con mucha música de jazz, con gente guapa y bien vestida por todas partes, y el relato de una historia que… importa bien poco; resulta larga y pesada, tal vez porque cuanto más se adentra el dedo/ guión en la llaga de la trama, más lioso, inconsecuente y arrítmico se muestra; la arritmia narrativa es funesta, y si lo que se narran son crímenes y el modo de escapar de ellos, se llega al hartazgo: «Ya todo me da igual. Como si quiere matar a otro». Y, efectivamente, Minghella hace que el asesino mate a otro que no estaba en los papeles de la Highsmith.
Pedro Antonio Urbina