En los primeros veinte minutos de El veredicto vemos a Fiona Maye, juez del Tribunal Superior de Londres, dictar justicia en una colección de intrincados casos de familia, de esos que suscitan intensos debates en la opinión pública.
Maye no titubea y aplica la lógica de la razón sin miramientos. El guion parece plantear un interesante debate fe-razón en el que, desde el principio, se aprecia un esfuerzo por mantener el equilibrio entre dos visiones antitéticas de la existencia: la trascendente y la inmanente.
Emma Thompson en el papel de juez y Stanley Tucci en el de su marido representan lo más granado de la forma laicista de entender el mundo. Son una pareja con carreras profesionales brillantes, con status económico y social, cultos, refinados y triunfadores, aunque, pese a todo ese proyecto de vida lograda, su matrimonio no funciona.
Como antagonistas están Adam, un muchacho con leucemia en fase terminal, y sus padres, testigos de Jehová, que rechazan la transfusión de sangre, única forma de salvar la vida de su hijo.
El problema de El veredicto es que, una vez hecho ese ambicioso planteamiento, el guion gira repentinamente a otra dirección y se pierde en un conato de relación afectiva entre el muchacho y la juez que resulta poco convincente. Hay que tener en cuenta que la película es la adaptación de la novela La ley del menor, de Ian Mc Ewan, y la profundidad tortuosa de los personajes del escritor no es fácil de contar en cien minutos: falta desarrollo para enmarcar bien dónde nace la conexión entre los dos personajes. Sin embargo, tanto la interpretación de Emma Thompson como la de Fionn Whitehead es magnífica: ellos sí aportan credibilidad a la historia y consiguen que la cinta suba muchos enteros.