Ernest et Célestine, adaptación de los libros gráficos infantiles de Gabrielle Vincent, apareció hace diez años y resultó una gratísima sorpresa. Contaba la original amistad entre un oso músico callejero y una ratita entusiasta y cabezota, a quien le gustaba pintar. La animación, realizada a mano, trasladaba a la perfección la ingenuidad y belleza de las láminas originales. Fue candidata al Óscar.
El viaje de Ernest y Celestine propone una nueva aventura que, además, explora el pasado de Ernest: por accidente Célestine rompe el violín de Ernest y la única persona capaz de repararlo vive en Charabie, el país de Ernest, pero este prefiere renunciar a la música a realizar una visita a su país, donde además vive su familia. Algo extraño. Célestine, siempre animosa, se pone en marcha y Ernest no tiene más remedio que seguirla. Charabie ha cambiado mucho desde que Ernest se fue. Los jueces aplican la ley, sea cual fuere, a rajatabla; la música ha sido prohibida… Ernest y Célestine se rebelan contra esa situación.
Esta nueva aventura ha sido realizada por Jean-Christophe Rober y Julien Cheng, que participaron en la primera película. También ha colaborado Davy Durand, supervisor de animación, que también trabajó en la deliciosa fábula El malvado zorro feroz (2017), del mismo estudio. Han conservado el universo visual anterior: dibujos a mano, con trazo grueso y contornos inacabados. Fondos planos, coloreados con acuarela.
Hay acción, hay muchas sorpresas, comenzando por la familia de Ernest, hay humor, nobleza y un sano canto a la libertad, al sentido común y a la reconciliación familiar. Los mayores podrán apreciar además guiños a Jacques Tati. Una pequeña delicia cuyo único problema sería que —si conoces la primera— ya no sorprende tanto.