Director: Theo Angelopoulos. Guión: Theo Angelopoulos, Tonino Guerra, Petros Marcaris y Gorgio Silvagni. Intérpretes: Alexandra Aidini, Nikos Poursadanis, Giorgos Armenis, Vassilis Kolovos, Toula Stathopoulos, Thaleia Argyriou. 170 min. Adultos.
Eleni es la primera parte de una trilogía de Theo Angelopoulos («La mirada de Ulises», «La eternidad y un día») sobre Grecia a lo largo del siglo XX. En ella, el prestigioso cineasta ateniense recrea el trágico romance entre Eleni y Alexis, dos refugiados de Odessa que se instalaron en los pantanosos alrededores de Salónica cuando eran unos niños. Ella es una huérfana que fue acogida por los padres de Alexis. Al cabo de los años, Eleni queda embarazada de Alexis, da a luz secretamente a dos gemelos y los entrega en adopción a una familia de la ciudad. Tras diversos avatares, Eleni y Alexis huyen a la ciudad y se implican en el movimiento obrero de los años 30, que acaba desencadenando un golpe militar. Y mientras, el padre de Alexis los busca sin tregua.
Dice Angelopoulos que en esta película una mujer acaba convertida en «elegía del destino humano», en «la Elena invocada por todos los mitos y que reivindica el amor absoluto». Este enfoque, premeditadamente fatalista, se traduce en un poema fílmico escasamente narrativo y fascinante desde el punto de vista visual, con planos-secuencias fastuosos, que merecen engrosar las antologías. Destacan especialmente las largas panorámicas, resueltas con un esmerado trabajo de ambientación y magistralmente fotografiadas con una iluminación fría y decadente.
Sin embargo, la película se resiente de su larga duración -especialmente ardua por su tono lírico y poético- y sobre todo por su extremado tono melodramático, más cercano a los planteamientos del teatro trágico o de la ópera, que a los del cine realista. Este exceso aleja a los personajes del espectador, reduce el cristianismo ortodoxo a un puro dato cultural y afecta a las interpretaciones, muy histriónicas en los momentos más dramáticos y casi glaciales en los pasajes descriptivos y en las largas transiciones.
En cualquier caso, queda una película de gran belleza formal y un inquietante alegato contra la cultura de la violencia.
Jerónimo José Martín