Siguiendo la estela de «Casi famosos», Cameron Crowe transita de nuevo por una historia nostálgica y sentimental, con ribetes autobiográficos y estupendo acompañamiento musical. Todo arranca con un joven ejecutivo al borde del suicidio tras saberse que la multinacional donde trabaja va a perder millones de dólares, debido a su errado diseño de un calzado deportivo. Una llamada al móvil le salva la vida: su hermana le anuncia entre lágrimas la repentina muerte de su padre, que estaba visitando a unos parientes en la otra punta del país. Él se hará cargo de las gestiones funerarias, y en el camino conocerá a un ‘ángel’ (la azafata de su avión, flechazo rápido al corazón), y descubrirá el encanto de la gente sencilla en una idílica ciudad, lejos del mundanal ruido.
Crowe quiere, pero no puede. Y no sólo por el tratamiento epidérmico del tema de la muerte. Parte de una excelente idea, la de la añoranza del fallecido progenitor, para quien el protagonista nunca tenía tiempo, muy ocupado en cuestiones que al final se revelaron banales. Pero se complica la vida en esta narración clásica de aires caprianos con un metraje excesivo y arrítmico, y con personajes mal definidos (la madre, desaprovechada Susan Sarandon, patética en su supuestamente divertido discurso en memoria del marido). Orlando Bloom confirma lo que ya apuntó en «El Reino de los Cielos»: no tiene fuste para sostener una historia. Menos mal que está la encantadora Kirsten Dunst, para echarle un cable.
José María Aresté