La II Guerra Mundial termina en 1945. Japón se rinde tras el horror atómico. MacArthur –un comandante supremo que ya tiene la cabeza puesta en su carrera política– dirigirá la transición a la paz. Y hay una cuestión muy importante que tendrá que decidir: ¿qué hacemos con el emperador? El asunto es delicado porque se trata de ganarse el respeto de un pueblo y de un país que quiere convertirse en un aliado. A la vez, ante el mundo y ante los norteamericanos, hay que hacer justicia.
El tema de esta película es apasionante. Como lo fueron Núremberg y el plan Marshall en Europa, expresiones de la estrategia del imperio americano por sentar las bases de su política exterior y de su condición de líder mundial. El director británico Peter Webber –La joven de la perla– adapta una novela de Shiro Okamoto que pone el foco sobre un personaje clave en el proceso, el general Bonner Feller, uno de los más importantes del Estado Mayor estadounidense, que recibirá el encargo de realizar un informe sobre la responsabilidad del emperador en el conflicto, especialmente su papel en el ataque a Pearl Harbor.
La trama se sirve de una investigación realizada por Feller (por cierto, cuáquero) que conoce muy bien la cultura japonesa (en realidad, más allá de la ficcionada subtrama romántica, su conocidísima e influyente tesis doctoral en la Escuela de Estado Mayor se tituló “La psicología del soldado japonés”). Emperador es una coproducción americano-japonesa. Japoneses son muchos de los actores y el lanzamiento de la película se hizo en Japón, con resultados no especialmente buenos.
Ciertamente hay dispersión en el relato, que navega entre el thriller de investigación judicial y el drama personal con ribetes afectivos, pero la película es solvente, está bien interpretada y tiene fuerza. Creo que un espectador culto dispuesto a pensar sobre las consecuencias de la guerra y las dificultades a las que se enfrentan vencedores y vencidos la verá con sumo agrado. Saber ganar y saber tratar al vencido es un tema formidable.
En este caso, hay un asunto clave que es la figura del emperador y su condición divina. Se trata de desmontar los esquemas vitales de un pueblo antiquísimo que ve a los occidentales como salvajes, con muchas cosas buenas y otras nefastas, que no es el momento de explicar aquí. El papel de Feller (1896-1973) será trascendental, mucho más de lo que muestra la película. En gran medida Japón es como es por Feller.
Webber es un buen director de cine basado en novelas históricas. El tempo sereno de su película contrasta con el cine deslavazado y episódico que impera en muchas producciones taquicárdicas en las que parece obligada la epilepsia narrativa para que el espectador menos exigente se entretenga. Agradezco a Webber que no ceda a la frivolidad, aunque hay que reconocer que el guion podría haber sido mucho mejor. Pero se entiende la dificultad. Perfectamente.