Director: Steven Zaillian. Intérpretes: Max Pomeranc, Joe Mantegna, Ben Kingsley.
Un día, Josh (Max Pomeranc), un niño neoyorquino de 7 años, comienza a jugar al ajedrez con la maestría y creatividad de Bobby Fischer, por el que siente una extraña fascinación. Asombrados con el don de su hijo, sus padres (Joe Mantegna y Joan Allen) le matriculan en la escuela de ajedrez del veterano maestro Pandolfini (Ben Kingsley), que toma al pequeño bajo su severa tutela.
Josh comienza a ganar uno tras otro todos los campeonatos infantiles. Pero entonces se le plantea una difícil cuestión moral: ¿Es necesario -como le insiste su maestro- que renuncie a sus juegos de infancia, a sus amigos, a su inocencia… por ganar? ¿Vale la pena pagar tan alto precio? Además, él con quien realmente disfruta es con Vinnie (Laurence Fishburne), un negro amigo suyo que juega al blitz (ajedrez rápido) en el parque de Washington Square. Ante la perplejidad y el temor de sus padres y de su maestro de ajedrez, Josh tendrá que decidir solo qué camino debe elegir.
Con esta película -cuyo productor ejecutivo es Sydney Pollack- se estrena como director Steven Zaillian, afamado guionista de films como El juego del halcón, Despertares -por el que fue candidato al Oscar- o Schindler’s List, la última película de Steven Spielberg. No ha podido ser mejor su debut. Desde luego, partía de la sugerente historia real de Josh Waitzkin, convertida en libro por su padre, un conocido periodista deportivo. Pero no era nada fácil conseguir hacerla cinematográficamente atractiva.
Desde el punto de vista formal, Zaillian lo ha logrado gracias a una cuidadísima puesta en escena, muy equilibrada, a pesar de algunos leves titubeos, comprensibles en un principiante. Sus encuadres y movimientos de cámara logran dar aliento épico al omnipresente tablero de ajedrez, presentado como un campo de batalla en el que se juegan cosas mucho más valiosas que reyes y caballos de marfil. Aunque sólo fuera por esto, parece justo el Premio al Mejor Nuevo Director que recibió Zaillian en la última Seminci de Valladolid.
En cualquier caso, este buen envoltorio tiene entidad porque está puesto al servicio de un guión magnífico, con personajes de talla dramática, todos ellos muy bien interpretados. También aporta numerosas ideas valiosas: así, su visión de las relaciones familiares, de la amistad, de los dramas infantiles… culmina siempre en una abierta confianza en la bondad del ser humano.
Donde Zaillian llega más lejos es en el análisis de los resortes morales que mueven a Josh. «Nuestro hijo no es débil; es honesto», le grita la madre a su marido cuando éste reprende al niño por haber perdido incomprensiblemente un campeonato. ¿Cabe triunfar sin renunciar a la verdad, a la nobleza, a la honradez? Frente a tantos cinismos, el film defiende con fuerza que sí es posible. Sin sentimentalismos baratos; con plena convicción y sincero realismo. Hay que saber perder -viene a decir-; pero, sobre todo, hay que saber ganar, que es mucho más difícil.
Jerónimo José Martín