Hace nueve años, en plena guerra por los despojos de la ex Yugoslavia, el alemán Joseph Vilsmaier rodó su peculiar visión de Stalingrado: horror y pesimismo en el campo asaltante, odio a la guerra. La película de Jean-Jacques Annaud (El oso, En busca del fuego, Siete años en el Tíbet), rodada hace poco en una Europa cada vez más unida, cuenta una historia de heroísmo bien diferente.
Ninguna de estas películas es una lección sobre los episodios de Stalingrado (1942-43). La historia de Annaud se centra en la trayectoria real de Vassili Zaitsev (Jude Law), francotirador soviético; en cómo un simple pastor de los Urales se convierte en héroe nacional, en símbolo de la resistencia al todopoderoso invasor. La figura de Zaitsev alcanzó tal popularidad que el ejército alemán envió a su mejor francotirador, el mayor Koning (Ed Harris), para enfrentarse con él. Este episodio –de dudosa veracidad histórica– es el centro del relato. El resto lo ocupa la prosaica aventura de Danilov (Joseph Fiennes), el comisario político que crea el mito de Zaitsev y logra alzar en armas a la población rusa. El enamoramiento de ambos con Tania (Rachel Weisz) constituye el indispensable toque romántico, y la parte más floja del film.
Annaud ha filmado la película europea más cara de la historia con un impresionante despliegue de medios. Pero la acción pura al estilo Salvar al soldado Ryan no es su fuerte. Los grandes combates son episodios, a veces sueltos, a veces caóticos, que contribuyen al horror; pero la historia de verdad transcurre entre bastidores: las excelentes apariciones de Kruschev (Bob Hoskins), las maniobras de Danilov, el pueblo ruso que reza –sí, reza–, el largo duelo entre Koning y Zaitsev… El guión trata más de hombres concretos que de masas, y alaba la honradez del combatiente solitario. Quizá le falta unidad, pero queda un interesante film bélico, con muchos elementos del cine de aventuras y del western.