Desde hace años circula por las redes el estremecedor relato de un arquitecto mexicano que permaneció 276 días secuestrado. Sepultado en un pequeñísimo zulo donde sus captores le dieron un trato infrahumano, consiguió sobrevivir gracias a su sólidas creencias cristianas, al recuerdo de su familia y a un estricto plan al que se sometió voluntariamente para evitar el anquilosamiento físico y la depresión mental. Cada día, Bosco Gutiérrez, que así se llamaba el protagonista real de la historia, hacía abdominales, leía, realizaba ejercicios de memoria y rezaba. Dieciséis horas diarias de actividad que calculaba a partir de la duración de las casetes con las que le torturaban sus secuestradores.
No es fácil trasladar a la pantalla lo que fue, so…
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