Director: Steve Miner. Intérpretes: Mel Gibson, Elijah Wood, Jamie Lee Curtis.
Amor eterno. Uno con una, juntos para siempre. ¿Quién dijo que éstas son ideas que ya no interesan al público? Basta darse una vuelta por las colas de los cines donde se proyecta Eternamente joven para desechar tales pensamientos. No se trata de una obra maestra, pero la historia romántica ideada por Jeffrey Abrams -guionista de A propósito de Henry- tiene su encanto.
Estados Unidos, 1939. Un temerario piloto de pruebas (Mel Gibson) está enamorado de una atractiva joven (Isabel Glasser). Pero antes de que se decida a declararle su amor, la chica sufre un accidente y queda en coma. El joven, desolado, se ofrece como voluntario en un experimento de hibernación. Por diversos avatares, no despierta un año después, como estaba previsto, sino en 1992.
El estilo visual -muy conseguido gracias a la fotografía de Russell Boyd y al diseño de producción de Gregg Fonseca- cambia a la hora de retratar dos épocas diferentes. La previa a la segunda guerra mundial es mostrada con tonos ocres, que crean un aura de irrealidad. La época actual es fotografiada de un modo realista. Las diversas secuencias están acompañadas por la música del siempre sugerente Jerry Goldsmith.
La película, además del tono romántico -que la domina de principio a fin-, tiene su parte de comedia. Un buen número de gags se basan en la sorpresa de Mel Gibson -su personaje es el centro del film, y está bien retratado- al descubrir los adelantos más recientes de la técnica. Y otros los protagoniza el eficaz intérprete infantil Elijah Wood. Aunque se observan fallos de guión y algunas reiteraciones, brillan con luz propia algunos destellos del buen hacer de Steve Miner. De modo particular, están bien resueltas las escenas en que entra en juego la imaginación infantil: los dos chavales jugando en un viejo almacén de material militar, o cuando uno aprende a pilotar junto a Mel Gibson.
José María Aresté