Tres Globos de Oro -mejor película musical, actriz (Madonna) y canción (You Must Love Me)- ha conseguido esta espectacular versión fílmica de la famosa operarock, con música de Andrew Lloyd Webber y letras de Tim Rice. Para su traslación a la pantalla, Webber y Rice han compuesto un nuevo tema musical -el antes citado- y han permitido otras 146 reestructuraciones menores, la más importante de ellas, la conversión, por motivos políticos, del personaje del Che Guevara en un argentino de a pie, Che a secas (Antonio Banderas), que asume las funciones de omnipresente narrador con distintas apariencias.
A través del punto de vista revolucionario y sarcástico de este narrador, la película narra en clave desmitificadora la oscura y azarosa vida de María Eva Duarte, Evita (19191952), la esposa del General Perón (Jonathan Pryce). Evita (Madonna) aparece como una mujer vulgar y ambiciosa, que se limitó a explotar, sin ningún sentido moral, sus encantos y su carisma popular con un único objetivo: ascender desde su condición de mediocre actriz y locutora hasta las cumbres del poder. Según esta visión, sólo al final de su vida su figura se acercó un poco a ese falseado retrato de defensora de los pobres -los famosos descamisados- que el crédulo pueblo argentino se había forjado de ella.
Si hiciéramos un análisis de la veracidad histórica del argumento, quizá no pasaríamos de ahí: seguro que muchos de sus enfoques son epidérmicos y parciales, y justifican las fuertes críticas que ha recibido la película en Argentina. Pero si dejamos a un lado esa reflexión, Evita ofrece muchos puntos de interés, sobre todo por el desafío que supone afrontar hoy día la filmación de un musical estricto.
En efecto, toda la película es cantada; no hay más diálogos que las letras de las canciones y la propia planificación visual. En esta arriesgada opción radican las virtudes de la película, y también sus defectos. Respecto a estos últimos, el más patente es la falta de unidad narrativa. Como guión cinematográfico, la opera-rock es temporalmente confusa, y Parker y Stone acrecientan un poco esta confusión empleando una estructura plagada de flash-backs, salidas oníricas y reiteraciones. Por otro lado, la película también se contagia de la ambigüedad de la obra musical, que intenta mostrar los pies de barro de la mitificada Evita, pero sin bajarla del todo de su pedestal. De ahí que a veces chirríen las secuencias épicas al lado del descarnado retrato de la cínica personalidad de Evita, y que incluso resulten poco nítidas las concretas motivaciones de los personajes y la idea de fondo del film, que se limitaría a una discutible consideración de que el amor es casi siempre interesado, como dice una de las canciones.
Sin embargo, todo lo anterior queda bastante eclipsado por el apabullante despliegue visual y sonoro. Deudora del gran cine de David Lean -sobre todo de Doctor Zhivago- y muy bien apoyada en una ambientación impresionante y en la sobresaliente fotografía de Darius Khondji, la puesta en escena de Alan Parker (Bugsy Malone, Fama, The Commitments, El expreso de medianoche, Arde Mississippi) resulta fascinante, tanto en las secuencias intimistas como en las espectaculares recreaciones de las manifestaciones o de los enfrentamientos callejeros con la policía, alcanzando su cenit en el prólogo y el epílogo, centrados en el multitudinario funeral de Evita. En todo momento, Parker ofrece una variedad de encuadres, una eficaz planificación y un sentido de la coreografía musical, que demuestran su madurez como cineasta.
Este elogio se amplía al considerar su trabajo con los actores. Parker ha logrado que Madonna y Antonio Banderas lleven a cabo sus mejores interpretaciones, con la dificultad añadida -sobre todo en el caso de Banderas- de que sus intervenciones, al ser siempre cantadas y coreografiadas, les han exigido un esfuerzo adicional para alcanzar vigor y nitidez dramática sin perder la contención gestual. Es especialmente destacable la riqueza de matices que logra Madonna en sus diferentes interpretaciones del famoso tema Don’t Cry For Me, Argentina.
Por todo lo dicho, Evita, a pesar de sus debilidades históricas y narrativas, resulta un fastuoso espectáculo audiovisual, que explora con éxito nuevos caminos para el género musical.
Jerónimo José Martín