Premio a la mejor dirección en el último Festival de Cannes, habría podido igualmente obtener el de mejor guión, por su pulcro acabado, precisión, ritmo narrativo, armonía… La historia dice estar basada en un hecho real, bien que convenientemente recreado con gruesas gotas de humor negro. Este humor da una perspectiva amable e irreal a lo que sin aderezo sería truculento.
Jerry Lundegaard tiene problemas económicos; para salir de ellos decide que secuestren a su mujer dos delincuentes contratados, con el fin de que su suegro, muy rico, pague una fuerte suma. Pero todo va saliendo mal, muy mal, hasta dar lugar a lo esperpéntico.
Los paisajes de Minnesota, el frío y las nieves dan, buscadamente o no, una contención narrativa, centran la acción en interiores. Los paisajes nevados, los traslados por carretera, se convierten en pausas de distensión eficaces, tanto para el humor como para distanciar la crueldad de los crímenes; e incluso a veces para componer imágenes caprichosamente estéticas.
Sangre fácil y Muerte entre las flores están ahí, pero, digámoslo así, en síntesis superadora. Los muchos personajes enriquecen la trama y al mismo tiempo la ocultan con sus atractivas peculiaridades, como si se escondiera bajo esa nieve de Minnesota; o como si esas gentes, más estúpidas que malvadas, fueran miradas desde su alta y mágica cámara con infinita ternura.
Esta crítica, ridiculizante, de una América vulgar que no suele aparecer en las pantallas es dura contra su mediocre materialismo, y sin embargo hilarante, afectuosa con los ridiculizados. Tal vez por la estricta precisión del guión, por una mirada fílmica tan justa, que retrata todo con la adecuada medida: color, humor, egoísmo, torpeza, bondad… es decir, al ser humano.