Fátima es una musulmana inmigrante de origen argelino, divorciada y madre de dos hijas. Para sacarlas adelante trabaja de sol a sol en tareas de limpieza, hasta que empieza a presentar síntomas de agotamiento.
Esta película, basada en la vida de una persona real, plantea en paralelo dos cuestiones inseparables: la difícil integración del inmigrante musulmán en un país occidental, y el conflicto entre la primera generación de inmigrantes y sus hijos, nacidos ya en Europa y con mentalidad occidental y moderna. Y las plantea sin maniqueísmos ni artificios, al modo del neorrealismo, primando el drama humano individual de los personajes, su humanidad herida. Pero por debajo de ambos interesantes temas, subyace la auténtica columna vertebral del film: la historia de una madre coraje que lo único que desea es sacar adelante a sus hijas.
Respecto a la primera cuestión, el film pone de manifiesto el recelo que despiertan ciertas costumbres musulmanas en las sociedades europeas, como el uso del pañuelo en la cabeza o, mucho más importante, un acusado machismo que merma enormemente la expresividad femenina. En segundo lugar, el conflicto generacional –tratado ya en otras películas como Cosas que olvidé recordar– describe el rechazo de los hijos a lo que representan sus padres, injustamente considerados perdedores. Los padres pertenecen a una tradición en la que ellos ya no se sienten cómodos y en la que les cuesta reconocerse.
La película está rodada con mucho esmero, muy cerca de los personajes: ellos son el núcleo de la puesta en escena, que busca no distraer la atención ni un momento del corazón de las protagonistas. El trío de madre e hijas está sustentado por unas brillantes interpretaciones. Una película tan sencilla como auténtica.