Intérpretes: Oliver Platt, Lee Evans, Iam McNeice, Jerry Lewis.
Hay películas que son un desafío para el crítico y para el espectador, pues la complejidad de su sustrato fílmico y cultural hace muy difícil enmarcarlas en cualquier clasificación convencional. Funny Bones es una de ellas.
El guión de Peter Chelsom y Peter Flannery desarrolla un argumento muy sugerente. Tommy (Oliver Platt) es un joven showman norteamericano que vive bajo la constante presión de la popularidad de su padre (Jerry Lewis), considerado el cómico más original de la historia. Tras fracasar en Las Vegas, Tommy se refugia en la ciudad inglesa de Blackpool, la antigua meca de los más grandes cómicos. Allí asistirá a todo tipo de espectáculos burlescos, con la doble esperanza de renovar su repertorio y descubrir la razón de por qué la vida dejó de sonreírle tras una infancia muy feliz, transcurrida precisamente en Blackpool.
Sus dudas se disipan gracias a Jack (Lee Evans), un extraño joven enredado en una misteriosa trama delictiva, que malvive con una familia genial de veteranos cómicos. A pesar de su apariencia sombría, Jack posee un don natural para hacer reír de las maneras más originales. A través de Jack, Tommy encontrará por fin un sentido a su vida y a su trabajo, pero tendrá que pasar por el crisol del sufrimiento.
La puesta en escena de Peter Chelsom (Hear My Song) demuestra el amor que siente por Blackpool, su ciudad natal, y resulta en todo momento coherente con la complejidad del guión. Envuelta por una resolución visual y sonora que subraya muy bien la densidad dramática de escenarios, la cámara se mueve con igual agilidad y hondura en pasajes fuertemente dramáticos, como en la curiosa trama de intriga policial o en los intensos contrapuntos humorísticos, que tienen el áspero y sugestivo sabor del slapstick, la vieja comedia de mamporros con la que que el cine se hizo adulto. Chelsom sabe mantener el timón de su barco en los momentos más grotescos o surrealistas, e incluso da sentido dramático a las secuencias aparentemente efectistas.
Sin duda, a esta solidez ayuda decisivamente la convicción interpretativa de un espléndido elenco de actores que se han metido decididamente en las pieles de sus respectivos personajes. Y es que toda la vigorosa fachada formal de la película se cimenta en una atractiva base antropológica, que afronta con valentía el poder liberador del trabajo y el dolor. Estas dos realidades ineludibles de la existencia humana se presentan en la película como las paradójicas raíces de la creación artística, de la redención de las culpas pasadas, de la plenitud interior y, por tanto, de la verdadera alegría.
Jerónimo José Martín