Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 48/14

Este nuevo biopic parcial del francés Olivier Dahan ha inaugurado con polémica y malas críticas el Festival de Cannes 2014. Por un lado, los Grimaldi –la familia real monegasca– han denunciado sus “referencias históricas erróneas y literarias dudosas”, que les obligan a un “cuestionamiento global del guion y de los personajes”. Por otra parte, la mayor parte de la crítica ha arremetido contra la película por considerarla académica, superficial, teatral y fría. Ciertamente, algo de todo eso sufre Grace de Mónaco, que quizás también sea despedazada por los historiadores. En cualquier caso, parece exagerado tanto denuesto.

La acción se inicia en 1956, cuando la gran estrella de Hollywood Grace Kelly (Nicole Kidman), con 33 años de edad y en el cénit de su carrera, finaliza el rodaje de Alta sociedad, de Charles Walters, y contrae matrimonio con el Príncipe Rainiero III de Mónaco (Tim Roth), renunciando así a ser actriz. Seis años más tarde, en 1962, el famoso cineasta inglés Alfred Hitchcock (Roger Ashton-Griffiths) ofrece a Grace la oportunidad de volver a lo grande como protagonista de su película Marnie, la ladrona. Rainiero la deja decidir libremente, pero a la corte y al pueblo monegasco no le cae bien que Su Alteza Serenísima la Princesa Gracia de Mónaco retorne a los sets de rodaje. Además, en ese momento, el poderoso presidente francés Charles de Gaulle (André Penvern) amenaza con anexionarse Mónaco si el Principado no cambia su ventajosa política fiscal. Tras pedir consejo a su director espiritual, el P. Francis Tucker (Frank Langella), Grace deberá tomar varias decisiones dolorosas.

Desde luego, Grace de Mónaco no tiene la potencia dramática de La vida en rosa, la semblanza de la cantante francesa Édith Piaf, que Olivier Dahan rodó en 2007. Y, por supuesto, carece de los efectismos visuales –muy criticados en su momento– de obras anteriores del director francés, como Érase una vez… o Ríos de color púrpura: Los Ángeles del Apocalipsis. Pero, seguramente, gustará al gran público, pues su envoltura externa –ambientación, fotografía, vestuario, música…– es brillante, y el conflicto existencial que describe está bastante bien desarrollado, al estilo más clásico de las propias películas de Grace Kelly.

Además, la subtrama de intriga tiene cierta entidad, y todos los actores dan la talla, sobre todo Nicole Kidman, que aguanta hasta los enfáticos y artificiosos primerísimos planos de Dahan. También cabe elogiar al veterano Frank Langella, cuya sobria caracterización del histórico P. Francis Tucker sube muchos enteros el nivel dramático y ético de la película, pues subraya las convicciones católicas de Grace Kelly y sitúa en sus justos términos su sentido de responsabilidad respecto a su marido, sus hijos y su país.

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