Inteligente comedia, trufada de cinismo, pero en cuyo fondo late la invitación al espectador a hacerse responsable de sus propias actuaciones, sin esperar a que «papá Estado» u otras instituciones decidan por él. La excusa para ello es la industria tabaquera, que tiene en Nick Naylor un excelente relaciones públicas, capaz de llevarse el gato al agua en cualquier debate, entrevista o análisis acerca de los efectos perniciosos de fumar. Nick luce una perpetua sonrisa, y sus argumentaciones suelen ser impecables, porque no niegan los problemas inherentes al tabaco. Además, le encanta departir con otros colegas, a los que toca lavar la imagen de la industria armamentística, o la del alcohol. Divorciado, Nick se esfuerza en impartir lecciones para la vida a su hijo adolescente. Y aunque de planteamientos morales muy limitados, una serie de peripecias que implican a una periodista, a unos activistas antitabaco y a un senador, le harán madurar, siquiera un poquito.
El film de Jason Reitman, cuya carrera hasta el momento se había desarrollado en el cortometraje, hay que enmarcarlo en sus justos términos. No intenta pintar el mundo real, tal y como es, sino que, con trazos asumidamente gruesos, habla de una sociedad excesivamente mediatizada, y por tanto, aborregada. Su divertida ironía recuerda a filmes como La cortina de humo, donde las situaciones hilarantes daban qué pensar. La cita de James Stewart y su Caballero sin espada cuando Nick va a declarar a una comisión del Senado, no es en absoluto casual. Si el film de Frank Capra es la quintaesencia del idealismo, a la hora de gritar bien alto que se hace necesario un cambio del estado de las cosas, Reitman ha preparado una película en la misma dirección, pero ajustada a los tiempos cínicos que corren.