Director: Stephen Frears. Intérpretes. Dustin Hoffman, Geena Davis, Andy García.
La recuperación del idealismo a lo Frank Capra ya empieza a ser un lugar común en el último cine made in USA. Esta comedia social evoca de nuevo al desaparecido cineasta norteamericano, y en concreto a uno de sus films más emblemáticos: Juan Nadie. Pero esta vez se hace desde una perspectiva singular, que más bien convierte el homenaje en simple referencia.
La historia arranca con la descripción paralela de dos mundos muy distintos. En el de los triunfadores habita Gale Gayley (Geena Davis), una famosa reportera de TV, siempre a la caza de noticias morbosas. En el submundo de los perdedores, el paradigma es Bernie LaPlante (Dustin Hoffman), un cínico maleante de poca monta, con varios juicios pendientes, al que han abandonado su mujer y su hijo. Estos dos universos se encuentran cuando, en medio de una tormenta, el avión en que viaja Gale se estrella justo al lado de donde Bernie lucha por hacer funcionar a su vetusto coche. En un insospechado arranque de altruismo, Bernie salva a todo el pasaje de una muerte segura. Después, desaparece.
El misterioso salvador anónimo se convierte en héroe nacional por obra y gracia del canal donde trabaja Gale. Pero las alabanzas y el millón de dólares que ofrecen como recompensa no se los lleva Bernie, sino un vagabundo amigo suyo, John Bubber (Andy García). A diferencia de Bernie, John sí parece responder al arquetipo popular de héroe americano. Su supuesta hazaña acaba desencadenando un ola nacional de generosidad y buenos sentimientos.
La historia ha sido convertida en guión por David Webb Peoples, muy elogiado por su reciente trabajo en Sin perdón. Peoples aporta un sólido desarrollo narrativo y unos diálogos chispeantes. De convertir el guión en imágenes se encarga el británico Stephen Frears (Mi hermosa lavandería, Las amistades peligrosas, Los timadores). Lo que quiere decir: una espléndida dirección de actores y una puesta en escena llena de esos detalles que distinguen la calidad artística del simple buen hacer. Hasta aquí todo hace honor a Frank Capra. Pero del binomio Peoples-Frears surge casi inevitablemente -basta recordar los anteriores trabajos de ambos- un mensaje ambiguo, agriado con una notable dosis de cinismo.
El cinismo es el gran protagonista de la película, no tanto para denunciarlo como para defender que no se puede vivir sin él. Es misión imposible encontrar un personaje que escape a su influjo: la mujer de Bernie, quizás… Ciertamente, hay severas críticas -casi siempre certeras- a determinados aspectos de la cultura actual: la manipulación televisiva, el culto al dinero, el sentimentalismo barato, la obsesión por el éxito, la insolidaridad social… Pero, a cambio, se sacrifica el modelo clásico de héroe, casi mostrando la imposibilidad de que existan hombres virtuosos de una pieza.
Este descarnado realismo -a veces grosero- deja un sabor agridulce, alejado del radical optimismo de Capra. De todos modos, los dilemas morales que plantea son profundos y hacen pensar, que no es poco. Si a esto se añade unos hilarantes golpes de humor negro y una factura narrativa, interpretativa y visual sobresaliente, cabe considerar esta película como un magnífico sucedáneo moderno de las clásicas comedias de enredo.
Jerónimo José Martín