Dos jóvenes cubanos, cerca ya de los treinta, tienen un sueño común: convertirse en estrellas de la música. La ansiada oferta de una empresaria musical española, para grabar y actuar fuera del país, cambiará sus vidas y sus relaciones con familiares y amigos. La dignidad, la amistad y el amor se ponen a prueba en «Habana Blues», el esperado regreso del director de «Solas», formado en la escuela de cine cubana de San Antonio de Baños.
La película está dominada (excesivamente, para mi gusto) por la vigorosa música de grupos de rock alternativos de La Habana. Parece claro que Zambrano es un director muy por encima de la media española, con una proporción muy atractiva e infrecuente de feeling y timing como narrador estilizado de historias urbanas de gente corriente, de amores y desamores, de sueños y quimeras. Zambrano coescribe el guión con el cubano Ernesto Chao, que ha aportado a la historia la perspectiva del artista cubano que se quiere reflejar en la película, consciente de las lacras del régimen cubano pero también crítico con los sistemas democráticos occidentales.
Si bien se reafirma el talento de Zambrano para captar las relaciones entre personajes de a pie y enganchar al espectador, a su historia le falta calado y le sobra relleno, también sexual, en una secuencia sencillamente inexplicable en un cineasta de su talla.
En el diseño de los personajes (muy bien interpretados por un reparto bien seleccionado) hay poca hondura. Esa superficialidad daña la credibilidad del conflicto entre Rui y Caridad, casados y con dos hijos.
La película no tiene ni media alusión política, Fidel parece el innombrable. La respetable (y seguramente estratégica) opción por no hablar de política termina chocando-escamando, por mucho que Zambrano se empeñe en explicar que él no es quien para juzgar y que ha querido hacer un homenaje al pueblo cubano y, en especial, a los artistas. En fin, cine de sentimientos, de sentidos y sensualidad, de remembranza, de emocionado recuerdo. Delirio y utopía en una Cuba que, con blues o sin él, da mucha, mucha pena, y merece mucha, mucha más libertad.
Alberto Fijo