La vida en un tranquilo caserío vasco en el siglo XIX cambiará cuando uno de los hermanos, Martin, tenga que marchar a la primera guerra carlista mientras que el otro empiece a crecer hasta convertirse en un gigante.
Después de sorprender con Loreak, el cineasta vasco Jon Garaño, ahora con Aitor Arregi, dan un paso de gigante –nunca mejor dicho– contando una leyenda vasca sobre el amor fraternal con un nivel muy ambicioso de producción, planificación y puesta en escena. La película arranca de manera ejemplar y se sigue muy bien la primera hora. En el tramo final la historia pierde fuelle, además de sorprender con un par de escenas muy toscas que chirrían en una propuesta, hasta ese momento, elegante y contenida.