En la introducción a su nueva película, Happy End, el guionista y director austríaco Michael Haneke utiliza un recurso que ya empleó en Caché: grabaciones en vídeo, que no solo crean una cierta distancia, sino que proporcionan la impresión de estar siendo vigilado. En un plano-secuencia tomado con smartphone, el espectador ve a una mujer de mediana edad yendo de un lado para el otro, mientras que una voz va anunciando lo que va a hacer, como si se tratara de las indicaciones que da el director de una película. El formato desconcierta, pues el espectador no tiene la posibilidad de interpretar esa secuencia.
Happy End está ambientada en Calais, a mediados de la presente década, cuando cerca de esta ciudad del norte de Francia se instaló un campo de refugiados, si bien la crisis migratoria apenas tiene un papel muy secundario. La película se centra en una familia burguesa y disfuncional: el anciano patriarca George y su hija Anne, de unos 50 años. Anne dirige la empresa familiar, en la que intenta involucrar a su hijo Pierre, quien no muestra especial interés en ello. De la familia forma parte también Thomas, hijo de George y médico de éxito, con su familia burguesa: su esposa Anais y un hijo. Pero la superficial felicidad de la familia despista, porque Thomas engaña a su mujer con una joven música; las apariencias también engañan en relación con la unidad en la familia de George. Los diferentes argumentos giran en torno a los intentos de George, aquejado de demencia, de poner fin a su vida: precisamente está en una silla de ruedas a consecuencia de un intento de suicidio.
En realidad, Happy End puede considerarse como una continuación del anterior filme de Haneke, Amor, en el que se presenta el suicidio asistido que un hombre procura a su mujer, aquejada de demencia, como un “acto de amor”: en una y otra película, el personaje principal se llama George y está interpretado por Jean-Louis Trintignant. En ambos filmes, como hija de Georges actúa Isabelle Huppert. E incluso, a pesar de algunas diferencias, hay referencias directas a Amor.
Happy End podría también considerarse como una especie de resumen de la filmografía de Haneke, no solo porque emplea recursos cinematográficos similares, sino también porque continúa insistiendo en la negación del sentido de la vida, en presentar la sociedad como un mundo egoísta tras una fachada burguesa. Tanta autorreferencialidad termina por cansar: los personajes parecen extraídos de un experimento antropológico y los temas se tratan con superficialidad. Para quienes conocen la obra del director austríaco –y a pesar de las notables actuaciones de Jean-Louis Trintignant y Isabelle Huppert–, Happy End resulta demasiado repetitiva.