Una película asombrosa, prueba de que Mel Gibson es un cineasta genial, capaz de elevar una historia interesante a la categoría de obra maestra. Como en Braveheart y La Pasión de Cristo, parte de hechos reales, con la ventaja de que existen testimonios filmados de los protagonistas. Y resulta oportunísima en un momento en que un derecho que parecía pacíficamente aceptado, el de que nadie debería ser obligado a hacer algo que repugne a su conciencia, empieza a conocer trabas.
Desmond Doss (1919-2006), joven de Virginia, desea servir en el ejército de su país tras el ataque japonés a Pearl Harbour. Pero, objetor de conciencia y hombre de fe, cristiano adventista del séptimo día, se ha prometido no tocar un arma: él servirá como médico y salvará vidas. Tal postura se topa con la incomprensión de compañeros y superiores.
El guión lo urden dos hombres responsables de historias inspiradoras con componente bélico: Robert Schenkkan (The Pacific) y Andrew Knight (El maestro del agua). Su libreto es sólido, con tres tramos: el background de Desmond antes de su alistamiento, su preparación militar en un cuartel, y la guerra pura y dura. El protagonista y su determinación están muy bien perfilados, con una maravillosa interpretación de Andrew Garfield.
Las escenas bélicas están bien concebidas y resultan comprensibles para el espectador. En la línea de sus anteriores filmes, Gibson se decanta por el hiperrealismo, al mostrar todo el horror de la batalla, mutilaciones, sangre y vísceras, como si estuviéramos en el infierno. De este modo, por contraste, se subraya más el hecho asombroso de cómo se puede ser heroico en la guerra sin disparar una sola bala, y ello sin negar que los otros soldados también cumplen con su deber. Hay planos bellísimos, como los de los descendimientos de los soldados y Desmond desde lo alto del Hacksaw Ridge.