Intérpretes: Juan Diego Botto, Jordi Mollà, Nuria Prims.
En el Kronen, una cervecería madrileña, se reúne cada noche una pandilla de amigos. Allí mantienen conversaciones insustanciales mientras consumen una copa y otra o pillan algo de coca. Mantener encuentros sexuales con quien sea, bromear con las prostitutas, o acometer alocadas situaciones arriesgadas por el simple placer del peligro, son algunas de sus distracciones habituales. En el grupo destaca Carlos (Juan Diego Botto): típico guaperas, con madera de líder, aunque no tenga nada que liderar, hace sólo lo que le apetece, pasando por encima de quien tenga que pasar.
La película podía limitarse a ser una pintura negra sobre comportamientos sin rumbo. Pero no es así en absoluto. Vale la pena recordar que tras la cámara está Montxo Armendáriz, quien demostró sus inquietudes sociales en Tasio (un drama rural), 27 horas (sobre el mundo de la drogadicción) y Las cartas de Aloú (sobre las vicisitudes de un inmigrante). En esta ocasión, toma la novela de José Ángel Mañas, finalista del Premio Nadal 1994, e invita a una reflexión acerca de un cierto sector acomodado de la juventud actual. Director y novelista han coescrito un hábil guión, en el que dosifican las peripecias de los personajes, hasta llegar a un final muy bien concebido. La fotografía de Alfredo Mayo, casi siempre nocturna, y el armonioso montaje de las secuencias, resultan admirables.
El director opta de modo inteligente por un distanciamiento que plantea preguntas inquietantes a jóvenes y adultos. Resulta innecesario decir «aquí algo no funciona» si se ve a una familia comiendo en torno al televisor sin hablar, o se oye el sonido de un teléfono que nadie atiende. Las vidas vacías de los personajes interpelan con fuerza al espectador: frases como «la amistad no existe, eso es para los débiles», o la fascinación de los jóvenes ante películas hiperviolentas, como la emblemática Henry, retrato de un asesino, no dejan indiferente.
Parece dudoso que el film pueda provocar la emulación de estos personajes, nada atractivos por su enorme egocentrismo y carencia de ideales. El que se lleve al extremo la dramática existencia suicida de los protagonistas no oculta lo real de los temas propuestos. Entre la mayoría de personajes negativos sólo el abuelo del protagonista, que exige a su nieto con fuerza que se conduzca según la verdad, transmite algo de esperanza.
Muchos momentos se describen con una gran crudeza, en especial los que se refieren a excesos sexuales, en los que Armendáriz debería haber mostrado mayor contención. De todos modos, a algunos padres, ciegos ante los problemas de sus hijos, no les vendría mal ver su autorretrato en la película. Armendáriz acierta al afirmar que «muchas veces, los adultos tratamos de obviar las partes menos agradables de la realidad. No enfrentarse a ellas es tremendamente negativo y no conduce a ninguna salida». Esperemos que esta película sirva para ello.
José María Aresté