Director y guionista: John Sayles. Intérpretes: Federico Luppi, Damián Delgado, Dan Rivera González, Tania Cruz, Damián Alcázar, Mandy Patinkin. 128 min. Jóvenes-adultos.
Película a película, John Sayles (Passion Fish, El secreto de la Isla de las Focas, Lone Star) se va consolidando como uno de los mejores, y el más independiente y versátil, de los cineastas estadounidenses actuales. Así lo confirma en su último trabajo, Hombres armados, Premio de la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica (FIPRESCI), de la Oficina Católica Internacional del Cine (OCIC) y de la Solidaridad en el Festival de San Sebastián 1997. Se trata de una película dura y desasosegante, cuyo tema central se ha vuelto a poner tristemente de actualidad tras el reciente asesinato del obispo auxiliar de Guatemala, Mons. Juan Gerardi.
La película se inspira libremente en la novela La larga noche de los pollos blancos, del norteamericano de origen guatemalteco Francisco Goldman. Describe el drama de Humberto Fuentes (Federico Luppi), un prestigioso y acomodado doctor, viudo y próximo a la jubilación, que ejerce pacíficamente en la capital de un país centroamericano no identificado. La mayor satisfacción de su carrera vino de un programa especial de salud que impartió hace años a un grupo de jóvenes médicos destinados a las regiones rurales más pobres del país. Ahora, tras un inquietante encuentro fortuito con el mejor de aquellos alumnos, el Dr. Fuentes decide visitar al resto, diseminados en una conflictiva zona indígena, asolada por cruentas luchas entre las guerrillas marxistas, grupos de bandidos y el ejército. El accidentado camino del Dr. Fuentes se cruzará con los de un joven guía, un soldado desertor, un traumado sacerdote liberacionista que ha perdido la fe y una chica que quedó muda tras ser violada. A través de estos y otros encuentros, el médico irá descubriendo una dantesca realidad que le era totalmente desconocida y que -como resume la publicidad del film- divide a la gente en sólo dos categorías: «los hombres armados y los que viven bajo su amenaza».
Sayles recrea este descenso a los infiernos con su habitual vigor narrativo, reforzado por la contrastada fotografía del polaco Slawomir Idziak y por la preciosa partitura original de Mason Daring, que se completa con una magnífica selección de canciones latinas. Además, la dirección de actores es espléndida, y especialmente meritoria, ya que Sayles ha respetado el idioma original -español, inglés, diversos dialectos indígenas…- de cada uno de ellos. Con estos elementos, la rotunda puesta en escena equilibra a la perfección un frío y cortante verismo, y un sugestivo recurso al realismo mágico, desarrollado en la subtrama de intriga en torno a un mítico lugar denominado Cerca del Cielo, paraíso en medio de la selva, aún no profanado por los hombres armados.
En los peliagudos conflictos morales que describe, el cineasta norteamericano se aleja de tópicas visiones ideológicas, y da primacía al retrato honesto y desapasionado de los dramas de los diversos personajes. Quizá le falte a ratos un poco de aire fresco a este poderoso mosaico de la miseria y de la heroicidad humanas. En todo caso, su aparente déficit de esperanza se suaviza en parte con una decidida apertura a la trascendencia. A través de ella, Sayles ofrece una visión bastante atractiva de la religión católica, tanto en su aspecto de regeneradora social y principal defensora de los derechos humanos, como en su faceta estrictamente espiritual y moral.
Sin alegatos estridentes y sin ninguna invocación a la venganza, Sayles interpela con dureza al espectador, sobre todo al occidental, con la pretensión de sacarle de su confortable ignorancia y despertar en él la «responsabilidad de saber». Este enfoque explica el perfil casi caricaturesco con que se describe a ese par de ingenuos turistas norteamericanos que no se dan cuenta de lo que pasa a su alrededor. Por otra parte, Sayles retrata magistralmente los fuertes sentimientos de culpabilidad que reconocen los personajes a lo largo de la película. Una culpabilidad, sin embargo, siempre susceptible de redención, como pone de manifiesto la magistral secuencia en que el brutal ex soldado solicita entre lágrimas la absolución a esa «sombra de sacerdote» -como él mismo se define- que, tras perder trágicamente el sentido de su ministerio, tendrá una oportunidad, quizá la última, de recuperarlo.
Así, Hombres armados ofrece una reflexión muy apropiada ante los difíciles procesos de paz y democratización que viven diversos países en América Latina, África, los Balcanes o el Sudeste Asiático. Sobre todo porque recuerda quiénes son las principales víctimas de esas desquiciadas situaciones de violencia irracional: gente -como ha dicho la productora Maggie Renzi- a la que «no le importan las cuestiones políticas, si son de izquierdas o de derechas, indígenas o blancos; lo único que les importa es que son hombres armados».
Jerónimo José Martín