Director y guionista: Bille August. Intérpretes: Ulf Friberg, Maria Bonnevie, Pernilla August, Olympia Dukakis, Reine Brynolfsson, Lena Endre, Jan Mybrand. 177 min. Adultos.
El danés Bille August, después de sus dos últimas fallidas películas -La casa de los espíritus y Smilla, misterio en la nieve-, ha vuelto a sus temas nórdicos, donde ha dado y ha vuelto a dar lo mejor de sí mismo. Jerusalén es una epopeya de la escritora sueca Selma Lagerlöf (1858-1940), que obtuvo el Premio Nobel en 1909. Se trata de una de sus mejores y más largas novelas, épica, romántica, impresionista y profundamente religiosa.
Es ciertamente una epopeya, basada en hechos reales, pero melodramática: no se trata tanto de hechos gloriosos, sino más bien de grandes errores humanos, consecuencia en gran parte del error fanático religioso. La abreviada síntesis es ésta: Alejándose de la parroquia rural, los campesinos del valle de Nas Parish siguen la orientación del maestro de escuela y luego la de un fanático predicador evangelista venido de Estados Unidos, que divide a las familias e imbuye en un nutrido grupo tal fanatismo que les hace ir a Jerusalén, para vivir los llamados consejos evangélicos en la comunidad fundada por una millonaria norteamericana. En torno a esta línea básica, relaciones humanas, de amor y parentesco, sufrirán terribles consecuencias a propósito de esta estancia en Jerusalén.
El romanticismo impregna la epopeya con sus diversas historias de amor humano, siempre trágicas y apasionadas: Bille August ha marcado en los diálogos y en las interpretaciones una sobriedad misteriosa, que, si es acorde con el temperamento nórdico, es también adecuadísima para contener en la mesura los melodramáticos hechos. El impresionismo y la estructura rota del estilo de Lagerlöf se manifiesta en sus deslumbrantes paisajes suecos, nieves y árboles negros, con el contraste árido y la hiriente luz de Jerusalén; en el entramado de las muchas peripecias, todas ellas desarrolladas en breves y eficaces secuencias.
El tono lento y solemne armoniza muy bien con la motivación profunda de estas heroicas vidas: la fe, que si el fanatismo desorienta y maltrata, deja siempre nítido el perfil entre la verdadera religiosidad y la buena voluntad equivocada. El amor al trabajo -detalladamente mostrado- y a la tierra, a las costumbres enraizadas, a la familia…, la solidaridad y tantos otros valores hermosamente expuestos, hacen de Jerusalén una obra cinematográfica digna de su origen literario y popular, de valor clásico y universal.
Pedro Antonio Urbina