La película arranca en 2001, con un Steve Jobs avejentado y flaco, pero entusiasta, presentando el iPod, un aparato “que llega al corazón” y tiene mil canciones. El resto es un largo flashback que comienza en la universidad, sigue en el garaje paterno y llega a la fundación y ascenso de Apple, para después contar las intrigas empresariales, adversidades y malos momentos que hubo de sufrir el carismático empresario hasta alcanzar su triunfo final y fallecer en 2011 a sus 56 años.
El relato es interesante en sus inicios. Toda la aventura empresarial de unos jóvenes que intentan desarrollar una idea revolucionaria en un garaje tiene gracia y atractivo. Es, además, de lo poco de la vida de Jobs que no consta en archivos cinematográficos. El resto transcurre a saltos y tiene un interés relativo, con giros caprichosos del garaje a las grandes oficinas de Apple. Buena parte del metraje está dedicada a mostrar que toda la genialidad de Steve Jobs iba acompañada de un carácter insoportable, egocéntrico e insensible que le hacía triunfar en los negocios mientras fracasaba como novio, como padre o como amigo.
La realización de Joshua Michael Stern es competente y la interpretación de Kutcher, brillante. La historia merece la pena, pero el guion falla: creo que Matt Whiteley se ha enfrentado, con poco éxito, al problema de qué hacer con una historia y una leyenda que el público –sobre todo el norteamericano– conoce perfectamente. Jobs ha dado cientos de conferencias, ha aparecido en anuncios, ha estado en todas partes; y su discurso autobiográfico en la Universidad de Standford se ha reproducido hasta la saciedad. El guionista, que tenía además una película, La red social, de modelo, ha escrito otra historia de un triunfador joven que pierde a sus amigos. Pero no ha contado nada que no supiéramos.