César ha ido acumulando poder hasta convertirse en amo y señor de Roma. Una conjura se levanta contra él. Cuando muere asesinado a las puertas del Senado, llega la hora de Marco Antonio, que se enfrenta a Bruto y Casio.
Entre otras muchas virtudes de esta gran versión fílmica del drama shakespeariano estrenada en 1953, está el gran trabajo de Brando, sabiamente dirigido por alguien tan diestro como Mankiewicz (Eva al desnudo, Carta a tres esposas, La huella). No lo tenía fácil el actor de 28 años (que ya era una celebridad por sus dos primeras películas, Un tranvía llamado deseo y Viva Zapata), rodeado de colegas veteranos de altísimo nivel: el deslumbrante reparto incluye a John Gielgud, James Mason, Louis Calhern, Edmond O’Brien, Deborah Kerr y Greer Garson. Con una inteligente puesta en escena (ganadora del Oscar) y una excelente fotografía en voluntario blanco y negro de Ruttemberg, la película tiene un ritmo magnífico y demuestra que el cine es capaz de atrapar las esencias del mejor teatro. La música es del gran Miklós Rózsa.
Como era previsible, el Oscar para Brando llegó al año siguiente, por su inolvidable Terry Malloy en La ley del silencio de Kazan. Antes ya había dejado boquiabiertos a los académicos con su conmovedor Marco Antonio, autor de un discurso inolvidable ante el cuerpo acribillado de Julio César.