Veintidós años después de lo ocurrido en Parque Jurásico, la isla Nublar ha sido transformada en un sofisticado parque temático familiar, Jurassic World, con versiones domesticadas de algunos de los dinosaurios más conocidos. Más de veinte mil personas se reúnen allí todos los fines de semana. Y entre ellos están dos hermanos, cuyos padres están al borde del divorcio y cuya tía tiene un alto cargo directivo en el parque, donde también trabaja un aguerrido y tosco exnovio de ella, que lleva años intentando controlar a los peligrosos velocirraptores. Todos ellos y el resto de visitantes de la isla se verán amenazados de muerte cuando se escape de su recinto de máxima seguridad un dinosaurio híbrido de varias especies, que ha sido engendrado y criado en el propio parque.
Con originalidad o sin ella, Colin Trevorrow despliega de nuevo la frescura narrativa que mostró en Seguridad no garantizada, así como un sabroso cóctel de comedia, drama, terror, acción, intriga, aventuras, romance y ciencia-ficción estricta, con momentos brillantes en cada uno de esos apartados. Es decir, otra vez aquella fórmula infalible de cine total y para casi todos, que Spielberg patentó en títulos como Tiburón, Encuentros en la tercera fase, la saga de Indiana Jones, E.T., El imperio del sol o Parque Jurásico. También aquí hay una buena dirección de actores, una planificación brillante y nada rutinaria —con spielbergianos contraluces, picados, contrapicados, movimientos de cámara…— y una excelente resolución fotográfica (John Schwartzman) y musical (Michael Giacchino), esta última con sugestivas variaciones del mítico tema principal de John Williams.
Buen cine, en fin, y para casi todos los públicos —esta vez hay demasiados sustos y muertes sangrientas para los más pequeños—, que nos permite volver a cuestionar el militarismo, el cientificismo y el economicismo sin moral, y a redescubrir el valor de la hermandad, el cariño familiar, la complementariedad varón-mujer, el sacrificio por el bien común y el amor por la naturaleza.
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