El objetivo de Slatan es cometer un atentado suicida en un vuelo entre Madrid y Moscú. Por culpa de una avería, los pasajeros son alojados durante tres días en un hotel en plena montaña. Tres días que pueden echar por tierra los planes del terrorista.
Kamikaze es una prueba más de que el cine español está cansado de discurrir por los mismos derroteros y no tiene miedo al riesgo. Porque hay que reconocer que el joven Álex Pina (más conocido por sus productos de ficción televisiva) arriesga y mucho en su debut cinematográfico. No es sencillo mezclar en un mismo producto el thriller político, el de acción, el drama intimista, la comedia un punto alocada y, si me apuras, la película familiar… Y, sin embargo, Pina lo hace y con bastante fortuna.
Es cierto que la película, como el avión, sufre las turbulencias de la mezcla y hay momentos en los que rechina un poco e incluso amenaza con precipitarse en un subproducto (ni thriller, ni drama, ni comedia). Pero son momentos esporádicos, breves, que se remontan pronto, y el resultado es una película que se sigue con interés, agrado y emoción, según los tramos.
Pienso que parte del acierto es un buen casting –muy coral, como la película– en el que, bajo la experta batuta de Carmen Machi y el argentino Eduardo Blanco, todos los actores funcionan y se complementan bien.
La otra parte del “éxito” es que Pina se ciñe mucho al texto, un libreto que sin ser redondo tiene innumerables aciertos, entre otros la originalidad para contar algunas tramas sin caer en convencionalismos y opta claramente por subrayar la mejor cara de los personajes e historias. Habrá quien tache la película de bienintencionada y moralizante. Otros, más benévolos, dirán que es blandita. Quizás tengan razón y quizás es que la película me pilló en un día tonto, pero agradecí al director español su apuesta por resolver los conflictos –incluso los más duros y serios– a golpe de generosidad y optimismo. ¿Que esto es un poco de manual de boy scout? No digo que no. Pero con tanto cínico como campa por las pantallas, repasar el decálogo de los jóvenes castores tampoco viene mal de vez en cuando.
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