Directores y guionistas: Peter Askin y Douglas McGrath. Intérpretes: Douglas McGrath, Sigourney Weaver, John Turturro, Anthony LaPaglia, Ryan Phillippe, Woody Allen. 95 min. Jóvenes.
Douglas McGrath despuntó como guionista gracias a su colaboración con Woody Allen en Balas sobre Broadway. Fue el primer paso hacia la dirección de Emma, buena adaptación de la novela de Jane Austen. Ahora, codirigiendo con Peter Askin, insiste en la comedia disparatada con Lío en La Habana. Y, además de ejercer como guionista, se ha reservado el papel principal; parece como si siguiera los pasos de su mentor Allen.
La película se inicia con la vista secreta de una comisión del Senado estadounidense, que interroga a uno de sus espías, implicado en el desastroso intento de invasión de Cuba por la Bahía de Cochinos. El tipo es deudor innegable de aquel representante de una empresa de aspiradoras, protagonista de la novela de Graham Greene Nuestro hombre en La Habana. Profesor de gramática inglesa con sueldo irrisorio, su mujer le reprocha continuamente lo mediocre de sus vidas. Aunque orgulloso de su profesión, sufre por el mal humor de su esposa. Hasta el punto de que decide hacerse pasar por agente de la CIA, una ficción que acaba haciéndose realidad.
Lío en La Habana es una comedia menor, que recuerda a títulos tempranos de Woody Allen, como Toma el dinero y corre, Bananas o El dormilón. Los gags, algunos desternillantes, explotan un doble filón. Por una parte se basan en que el protagonista es un tipo inofensivo, pero que, en su manifiesta torpeza, obtiene inesperados éxitos; el hecho de que parte de esos éxitos tengan una conexión con la realidad aumenta la hilaridad, de un modo semejante a como ocurría en Aventuras en la Casa Blanca, otro divertido título menor reciente, en el que dos muchachitas repipis eran la causa de que se hiciera público el escándalo Watergate. La otra veta humorística viene del personaje de la esposa (muy graciosa Sigourney Weaver), una marujona excitada ante la idea de hacerse célebre escribiendo un best-seller.
José María Aresté