Esta premiada ópera prima del joven israelí Eran Kolirin recrea las desventuras de la banda de la Policía de Alejandría, dirigida por el capitán Tewfiq, un viudo cariñoso y con un fuerte sentido de la moralidad. Estos músicos egipcios viajan a Israel para tocar en la inauguración de un Centro Cultural Árabe en una pequeña ciudad. Pero toman un autobús equivocado y acaban en un pueblo israelí, perdido en el desierto del Néguev. Allí serán acogidos por diversos lugareños, encabezados por Dina, la traqueteada y frívola dueña de un bar.
La película tiene una sutileza y una humanidad muy poco habituales. Cautiva sobre todo la hondura dramática del guión, que entra a fondo en cuestiones morales de primer orden -el mestizaje cultural, las relaciones padres-hijos, la soledad del hedonismo, la unidad familiar, el honor, la responsabilidad…-, desde una perspectiva nada complaciente, pero que nunca rebaja la autenticidad de los personajes. En este sentido, Kolirin muestra un talento especial para pasar del drama más afilado a la comedia más disparatada, con resultados excelentes en uno y otro ámbito.
Además, el guión es traducido magistralmente a través de la dirección de actores, sencillamente antológica respecto al veterano Sasson Gabai, que da vida a Tewfiq. Lo curioso es que Kolirin logra esos resultados con un estilo de interpretación sobria, casi estólida, cercana a la de cómicos clásicos como Buster Keaton o Jacques Tati, y a la que usa habitualmente el finlandés Aki Kaurismäki, principal referente de Kolirin también en su desnuda puesta en escena. Una factura de planificación minimalista, con una fotografía de alto valor dramático y un montaje muy atrevido, sobre todo en los sensacionales golpes de humor.
En fin, una pequeña obra maestra, divertida, profunda y emotiva a la vez, que renueva a fondo las convenciones de la comedia.