Genial lectura la que hace el gran Jean Coucteau (1889-1963) del célebre cuento, en la versión de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, publicada en 1756. La historia (un mercader arruinado, padre de tres hijas, tiene que enviar a su hija Bella a servir a Bestia, el dueño de un castillo cercano), que por desgracia muchos solo conocen en la versión de Disney, tiene una riqueza muy grande que el cineasta francés supo extraer a la superficie en una película que cautiva por su originalidad, resultado de una asombrosa mezcla de modernidad y tradición.
Jean Marais, uno de los actores más importantes del cine francés, fue la Bestia, con una voz y un lenguaje corporal verdaderamente cautivadores. Marais pone todo su arte al servicio de un personaje atormentado que se enamora perdidamente de una joven que sabe mirar en su interior. Por su parte, Josette Day compone a una Bella absolutamente creíble en su abnegación, un corazón noble que, como diría el poeta, “no se cansa de disparar”. La puesta en escena, el vestuario y la exquisita fotografía de Henri Alekan (El cielo sobre Berlín, Vacaciones en Roma, Austerlitz, Topkapi) hacen el resto para cuajar una obra exquisita que, como el buen vino, mejora con el tiempo.