Adaptación al cine de Luces del norte, la primera de las tres novelas que componen la trilogía La materia oscura (His Dark Materials) escrita por el inglés Philip Pullman en los años noventa. La película, de cuidada estética retrofuturista y ambientada en la Inglaterra del siglo XIX, sigue las aventuras de Lyra Belacqua, una niña huérfana de 12 años que recibe como regalo una misteriosa brújula que le pondrá al tanto de secretos protegidos por una poderosa, temida y cruel organización, el Magisterium.
En la estela de El Señor de los Anillos y las Crónicas de Narnia, las novelas de Pullman son una especie de alternativa-antídoto de las aventuras de cosmovisión cristiana de Tolkien y Lewis. La película camufla la patente diatriba anticristiana de la obra literaria y concede el protagonismo a las secuencias de acción y aventura, aunque permanece el olor a libelo.
Pullman urde una relato de aventuras en cuyo trasfondo hay un confesado deseo de ridiculizar el cristianismo y hacerlo antipático, presentando a la Iglesia (el Magisterium) como una vetusta y siniestra institución que cercena la libertad de las personas, a las que trata de someter a sus dictados usando el miedo y las técnicas inquisitoriales. De manera especial, el Magisterium se ocupa de los niños que dan señales de heterodoxia, internándolos en un centro-fortaleza de reeducación.
La película del neoyorquino de 38 años Chris Weitz (guionista de Antz y Un niño grande) minimiza el tono anticlerical, de forma que es difícil que un niño lo perciba, aunque para un adulto o un adolescente espabilado resulta bastante evidente. Conviene señalar que, aun así, la película es ominosa y violenta para el público infantil.
La cinta arranca bien, pero una vez presentados los personajes, la historia se atasca y se torna rimbombante, artificial y repetitiva. Los personajes no caen bien, parecen todos artificialmente airados, una especie de librepensadores mesiánicos con dolor de estómago. El retrato de la familia tampoco es para tirar cohetes, quizás porque Pullman la ha metido en el paquete de la “execrable tradición judeo-cristiana”.
Pullman es un hábil escritor y su imaginación es notable; ciertamente hay en la novela (y en la película) personajes y situaciones ingeniosos. Pero el conjunto se desluce por el énfasis adoctrinador con el que el vehemente Pullman pretende dar la vuelta a la enseñanza cristiana sobre la creación, el misterio del pecado y la redención. A la vista del contenido de la segunda y tercera novelas, parece difícil que Weitz o quien dirija las siguientes películas sean capaces de maquillar la agresividad de Pullman.