«Soñaba en que la bondad que anida en todo corazón encontrase una vía para manifestarse con toda sinceridad». Son palabras del director, Ricardo Franco, con las que expresa cuál era su intención antes de iniciar la película. Palabras éstas que resumen muy bien la realidad de La buena estrella. Aludir al argumento sin esta anticipada reflexión podría confundir al probable espectador.
Rafael, un hombre maduro, que en un accidente resultó castrado, vive desde su juventud aislado y tranquilo. Una madrugada, de vuelta a su carnicería, auxilia a Marina, una joven pordiosera, que está siendo apaleada por Daniel, su compañero y amante. La lleva a su casa: está embarazada, y Daniel había querido que abortara. Sin estridencias, se manifiesta la bondad que anida en el corazón de Marina, su deseo de ser madre y crear una familia, como es el deseo hasta ahora imposible de Rafael el carnicero. Han sabido que Daniel, delincuente habitual, ha sido encarcelado; y el carnicero propone a Marina esa vida familiar que ambos desean, bien que ésta le advierte que Daniel volverá, y que ella también le ama. La situación se hace materialmente aún más extravagante cuando así sucede, y Daniel entra a formar parte de esta tan peculiar familia de clase media…, con largas ausencias delictivas.
Ricardo Franco y Ángeles González-Sinde encontraron la vía adecuada para que «hasta en el lugar más inhóspito, más inhumano, se pueda uno dar de bruces con un corazón bueno y sincero». Esta vía ha sido sobre todo el amor por sus criaturas, esa mirada piadosa y comprensiva que permite ver lo mejor de ellas y manifestarlo «con toda sinceridad». Cierto, con toda sinceridad: en ningún momento se presenta esta situación como una opción más -dirían algunos-, negando el verdadero bien, al que aspiran, y en su orden debido. Un sacerdote, el párroco, amigo de Rafael el carnicero, hace lo mejor que puede; manteniendo el recto criterio, no abandona sin embargo a estos amigos desgraciados: los hijos se bautizan, hacen la Primera Comunión…; no se pierde la Fe en el ámbito de esta tragedia humana, disimulada ante los demás.
Una narración pausada, no estruendosa, en tono menor, como corresponde a esos pequeños seres desvalidos, que se necesitan, y que sin gritos aspiran a una felicidad cotidiana, hogareña, que les ha sido vedada, en gran medida por la indiferencia o la crueldad de los otros hombres. Una interpretación magnífica de los tres actores principales, bien acompañados por los secundarios. Del guión ya está dicha su prudente maestría, salvo los toques de humor, que hacen más cercanas las figuras. Montaje sereno, música y fotografía caseras en el mejor de los sentidos.
En el coloquio abierto tras su presentación en el Festival de Cannes 1997, despertó La buena estrella un interés entusiasmado; principalmente por las razones aquí expuestas. Y el Jurado Ecuménico le otorgó una mención especial.
Pedro Antonio Urbina