Miguel es un joven sacerdote destinado en un pueblo navarro de gobierno socialista, cuando en 1936 estalla la guerra civil española. Pronto, los nacionales ocupan el pueblo y comienza una dura represión. En medio de estas difíciles circunstancias, Miguel tratará de seguir ejerciendo su sacerdocio en el pueblo, apoyado por la amistad con la joven viuda de un médico republicano que murió fusilado.
Helena Taberna desarrolla en La buena nueva uno de sus mediometrajes, Alsasua 1936, inspirado en la historia de un tío suyo, Marino Ayerra, sacerdote durante la guerra civil española que después de ésta se exilió a Uruguay donde se secularizó. Ayerra escribió un libro, No me avergoncé del Evangelio, en el que refleja su pensamiento, sumamente crítico con la postura de la jerarquía eclesiástica española durante la guerra.
El terreno en el que se mueve Taberna es pantanoso y sus presupuestos ideológicos no difieren demasiado de los de otros cineastas españoles. Sin embargo, frente al maniqueísmo y esquematismo de José Luis Cuerda en Los girasoles ciegos, la película de Taberna aporta historia y complejidad. La cineasta navarra ensancha la mirada y explora la contienda a través de personajes que no se mueven en el simplista esquema de buenos y malos (desde el propio sacerdote, hasta los católicos vascos perseguidos por los falangistas).
Taberna, apoyada en un buen ritmo narrativo y un guión de mucha fuerza, consigue enganchar al espectador y su película convence más que otros títulos similares. Y eso, a pesar de que, si de algo se le puede acusar a Taberna, es de su empeño en insistir y dejar claro al espectador que ella está de una parte. Sin estos complejos ideológicos y un reparto algo más hecho (a Unax Ugalde le viene grande su papel) estaríamos ante una más que sólida película.
