Tras diez años autoexiliado en Argentina, el empresario Txomin Garay retorna a su pueblo guipuzcoano con su esposa Blanca y su hija Sara, una adolescente que habla con acento argentino y desconoce por completo el nacionalismo vasco. Txomin sigue siendo considerado un traidor por los más abertzales, como su propio hermano -que afronta un cáncer terminal- o el joven hijo de éste, Gaizka, un pelotari prometedor que anda metido en la violencia callejera. Mientras la esposa de Txomin comprueba angustiada lo poco que ha mejorado la situación vasca en su ausencia, él intenta ganarse el cariño de Gaizka, que ha empezado a flirtear con su prima Sara.
Tras ganar diversos premios con su corto Primera persona, el donostiarra Gorka Merchán debuta en el largometraje con esta denuncia del terrorismo etarra, valiente y ponderada. Pero seguramente irritará a unos y a otros, pues critica también el terrorismo de Estado y la insensibilidad de la mayoría de los políticos, que ponen por delante sus intereses partidistas a la terminación definitiva del terror de ETA.
Lo malo es que estas buenas intenciones se diluyen bastante en un guión demasiado esquemático y previsible, y en una puesta en escena de escaso vigor, salvo en los sobrios y contundentes atentados, y en sus poderosas transiciones entre escenas. Todo es ilustrado con canciones en euskera que, por cierto, nunca se subtitulan, al igual que el resto de los diálogos en dicha lengua. Además, a muchos diálogos en castellano les falta frescura y autenticidad, de modo que enrarecen las interpretaciones, sobre todo las de Carmelo Gómez y Emma Suárez. Mucho más naturales y creíbles se muestran Verónica Echegui -genial con su acento argentino- y Juanjo Ballesta, que vuelve a bordar un personaje a su medida. Eso sí, como pelotari resulta patético, y sus partidos con Carmelo Gómez son de antología del disparate. Sobre todo en comparación con los que realizan varios niños reales que aparecen fugazmente en alguna secuencia.