Director: Alejandro Agresti. Guión: David Auburn. Intérpretes: Keanu Reeves, Sandra Bullock, Dylan Walsh, Shohreh Aghdashloo, Christopher Plummer. 105 min. Jóvenes. (S)
Alex Wyler es un joven arquitecto que arrastra una penosa relación con su padre, un genio de la arquitectura que sacrificó a su familia por conseguir el éxito en el trabajo. Kate Forster es una médica que acaba de instalarse en un moderno bloque de apartamentos de lujo, donde vive sola. Alex y Kate han sido habitantes de una original vivienda construida en medio de un lago. Con este motivo cruzan algunas misivas. Pronto surge la simpatía y el desconcierto cuando descubren que ambos viven separados dos años en el tiempo.
El realizador argentino Alejandro Agresti («El tiempo se llevó lo que», «El sueño de Valentín», «Todo el bien del mundo») ha sido el encargado de convertir una pequeña película coreana del año 2000 -«Siworae (Il Mare)» de Lee Hyun-seung- en uno de los productos comerciales más esperados del año, vendido como el reencuentro de Keanu Reeves y Sandra Bullock después de la exitosa «Speed», hace ya doce años.
Además del indudable tirón de la pareja protagonista, metida de lleno en una hiperromántica relación de amor imposible, Agresti tiene a su favor una historia interesante y un envoltorio de lujo: la fotografía, tanto de la ciudad de Chicago como de la casa del lago, es espectacular. A ese nivel -el de una película bonita, con buen reparto, tono elegantísimo y final de mortal con doble tirabuzón-, la cinta de Agresti funciona.
El problema es que, si uno mira detrás de la fachada, la película no está bien construida. Le falta andamiaje, trabajo de guión: se apoya en una relación de dos personas que solo comparten varios planos -recuerden que uno vive dos años antes que el otro-, de manera que un leve fallo en el guión puede motivar el derrumbe. No es el caso, porque los actores y la realización salvan los muebles, pero el arranque es lentísimo y el tratamiento del tiempo, tan deslavazado que no conviene perder el tiempo intentando no perderse.
Por otra parte, se nota que Agresti trabaja material ajeno. Se ha encontrado con una película coreana ya rodada, a la que no se ha atrevido a darle un repaso por el lado del realismo mágico. Y es una pena, porque una historia inverosímil no se puede rodar como un telefilm de sobremesa. También se ha encontrado escrito el guión. Y en el libreto de David Auburn («La verdad oculta») se echan de menos algunas cualidades del guionista argentino: la agilidad de los diálogos -aquí, cartas-, el ingenio de algunas situaciones, la profundidad de los personajes… Sí se nota la mano de Agresti en el tono: ese tono tristemente esperanzado, aquí más esperanzado que triste, que siempre habla de segundas oportunidades.
Ana Sánchez de la Nieta