Director y guionista: Francis Veber. Intérpretes: Jacques Villeret, Thierry Lhermitte, Francis Huster, Daniel Prévost, Alexandra Vandernoot, Catherine Frot. 84 min. Jóvenes.
Las anteriores películas del dramaturgo y cineasta francés Francis Veber -La cabra, Tres fugitivos, El jaguar-, interesantes pero ligeras, no hacían presagiar la solidez y hondura de La cena de los idiotas. Basado en la exitosa obra teatral del propio Veber, el guión sigue los pasos de varios ejecutivos -guapos, ricos y supuestamente cultos- que celebran todos los meses una singular cena a la que invitan a personas que consideran idiotas, para burlarse de ellas. Brochant, un joven editor encuentra a Pignon, un contable al que apasiona reproducir con cerillas grandes monumentos. En una reunión previa a la cena, mientras Brochant se regodea con el éxito que tendrá con su adquisición, el ingenuo y gafe de Pignon sacará a la luz sin querer los muchos trapos sucios del indeseable ejecutivo.
Seguro de la calidad del argumento y del reparto, Veber ni se preocupa de disimular el origen teatral de su película, aunque sí rompe la monotonía del escenario casi único con una planificación muy variada y con jugosas salidas al exterior. Todo ello, sin dejar de poner la cámara al servicio de unos personajes muy sugestivos y magistralmente interpretados.
Veber da entidad al conjunto a través de un inteligente alegato contra algunos de los valores dominantes en este fin de siglo. La carencia de civismo, el enfermizo afán por triunfar como sea, la debilidad de los compromisos afectivos, el desprecio hacia los perdedores, el materialismo rampante… pasan por la trituradora de Veber, pero sin subrayados ni discursos cargantes, simplemente con la respetuosa seguridad de la indignación bien fundamentada.
Así, la película consigue uno de los efectos de las grandes obras artísticas: «inquietar los espíritus», que diría Unamuno. Uno sale de verla desasosegado, con la duda de si pertenece a los listos o los idiotas, y con la incómoda intuición de que habría que redefinir esos adjetivos u optar decididamente por el bando de los idiotas: de esos que todavía -¡a estas alturas, válgame Dios!- siguen creyendo en la solidaridad, la honradez, el trabajo bien hecho, la comprensión, la familia unida, las diversiones sencillas y otras cuantas idioteces. Quizá Veber no sabe que, en griego antiguo, uno de los significados de «idiota» es «el que sólo piensa en sí mismo». Pero late esta idea en su inquietante bufonada, una de las comedias más inteligentes y divertidas de los últimos años.
Jerónimo José Martín