La realidad imita al arte. No es extraño que Sadam Hussein se haya hecho con una copia pirata de La cortina de humo para emitirla en la televisión iraquí. A la vez que preparaba la intervención armada en Irak, el presidente norteamericano Bill Clinton se enfrentaba a un escándalo sexual; y los sucesos narrados por el film, basados en una novela de Larry Beinhart adaptada por David Mamet y Hilary Henkin, ofrecen inquietantes similitudes. A 11 días de las elecciones presidenciales, el candidato a la reelección es acusado de mantener una relación sexual con una menor. Los fontaneros de la Casa Blanca deben arreglárselas para distraer a la opinión pública durante ese tiempo, inventando guerras y héroes. Para ello acuden a un profesional: Stanley Motss, productor de Hollywood.
Barry Levinson aprovecha bien esta sátira política que destila acidez por todos sus poros. En el contexto referido, el poder político no se concibe como servicio al ciudadano, y la democracia es una ficción: gana las elecciones quien mejor manipula a los votantes. Los medios de comunicación no son ya los garantes de una información veraz, o un mecanismo de control de los poderes públicos, sino fichas a utilizar por éstos para inventar noticias o tocar la fibra sensible del público. El film se inicia con un dicho que recuerda que «es el perro quien mueve la cola». Por eso, cuando Motts echa de menos el aplauso del público a su «espectáculo», el sistema se encarga de recordarle que «la cola no mueve al perro».
El film funciona también por lo que no se ve. Sin alternativas moralizantes de lo que ha de ser una democracia, Levinson ofrece en cambio una función en que el espectador no deja de advertir el cartón piedra; y cuando es paseado tras las bambalinas, comprueba que tampoco allí hay nada sólido. La historia, bien trabada, es quizá algo reiterativa. Pero sabe criticar con humor cruel ese vacío de contenidos, mostrando a unos fieles ejecutores de su trabajo, que nunca se cuestionan lo que hacen. Y la exageración como método de denuncia se revela eficaz, da juego a las irónicas canciones compuestas por Mark Knopfler. En el magnífico reparto destaca Dustin Hoffman como vanidoso productor, que no soporta que la aburrida campaña de spots electorales del presidente se lleve lo que es mérito suyo. Una envenenada diatriba contra los oropeles de Hollywood.