Una enérgica mujer judía, casi octogenaria, emprenderá una batalla legal con el gobierno de Austria para que le devuelvan unos cuadros familiares confiscados en tiempos de los nazis. Simon Curtis confirma lo que apuntó en Mi semana con Marilyn: que aunque probablemente nunca ganará un Oscar al mejor director ni pasará a la Historia por su originalidad y riesgo, es un realizador correcto dotado de un innegable buen gusto. Si en la anterior película partía de una anécdota para recrear un delicioso y liviano biopic, aquí se apoya en un sustancioso e interesante hecho real para construir un thriller jurídico con la II Guerra Mundial y el arte como elemento clave de la cultura, y la memoria como telón de fondo.
A Curtis se le pueden reprochar muchas cosas –sobre todo que el excesivo recurso al flashback de tono melodramático termina quitando fuerza al conflicto central, ya de por sí muy poderoso–; pero, al mismo tiempo, cualquiera reconocerá también que estamos ante una historia, en primer lugar, muy bien elegida, bien contada con las salvedades antes citadas, magníficamente interpretada –Helen Mirren es un valor seguro y Ryan Reynolds resulta convincente como esforzado abogado– y, sobre todo, muy cuidada. El tono, la fotografía, la música, la puesta en escena… todo está al servicio de la historia y de lo que quiere comunicar: hay batallas que merece la pena dar… aunque parezcan perdidas.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta
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