A la deriva

PÚBLICOJóvenes-adultos

CLASIFICACIÓNSensualidad

ESTRENO29/06/2018

PLATAFORMAS

Pocas historias nos atraen más que aquellas en las que triunfa el espíritu humano sobre la naturaleza más hostil e inhóspita. Por ello el cine se suele fijar en casos como el que narra A la deriva, una historia real de una pareja de jóvenes que naufraga en pleno Pacífico y lidia con la adversidad e incertidumbre que suponen tripular un velero inservible a la merced de las corrientes marinas.

Shailene Woodley da vida a Tami, una joven de espíritu libre que, junto a su novio Richard (Sam Caflin), se lanza a navegar un velero desde Tahití a California. El plan, en principio romántico y relajante, se vuelve una pesadilla cuando el navío es azotado por una tempestad. La cinta empieza in media res, justo después del accidente, y por medio de flashbacks va reconstruyendo el hilo narrativo desde que Tami conoce a Richard hasta que sufren la calamidad en alta mar. Así, tramos de supervivencia agónica se ven interrumpidos por pasajes remilgados de la pareja en la Polinesia Francesa.

Esta estructura inusual es, a partes iguales, el punto de originalidad de la cinta y su debilidad. Punto de originalidad porque la narración fragmentada ayuda a transmitir esa sensación de confusión y desasosiego que asola a los protagonistas a la deriva. Debilidad porque los flashbacks resultan algo torpes y carentes de ritmo. La película pierde fuelle para convertirse en una especie de postal paradisiaca: la fotografía y las localizaciones son espléndidas, pero no dan para sostener la mitad de la cinta. Los personajes exponen sus pasados en diálogos algo toscos y llenos de lugares comunes. El guion llega a excusarse por medio de Richard, que afirma: “Lo siento, sé que suena a cliché, pero…”

Son las escenas en alta mar las que contienen lo más reseñable de la película. A la deriva fue grabada de verdad en la inmensidad del océano, y esto se traduce en una crudeza y un realismo que hacen de este largometraje el opuesto polar de La vida de Pi. Los tramos de supervivencia están ejecutados con maestría y transmiten con tensión el sufrimiento y la desolación de los personajes. El guion expone con claridad la extrema dificultad que supone manejar un velero roto con sextante y compás, al punto de que un ignorante de la navegación como yo me sentía completamente situado en el conflicto.

Shailene Woodley se lleva el gato al agua con su interpretación, visceral, física, extenuada, y delirante. El inglés Sam Claflin no acaba de estar a la altura y por momentos sabotea unilateralmente la química entre la pareja. A pesar de ello, su relación en alta mar se resuelve con un original twist en el tercer acto, un giro de guion que en gran parte redime otros puntos débiles de la cinta. En conclusión, a pesar de sus flaquezas, A la deriva es una película muy disfrutable sobre una historia increíblemente cierta.

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